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Al encontrarse de nuevo unidos holandeses y portugueses, comenzó otra vez la hostilidad, y para zanjarla decidieron los dos grupos elegir a la suerte un campeón para que se batieran. Chim, el malayo, estaba con los holandeses; en cambio, el negro Demóstenes era del partido portugués; podía suceder que a los dos amigos les tocara en suerte batirse; pero no fué así.

Por una columna abajo descendían en cuelga millares de salchichones, los unos vestidos con coraza de plata, los otros desnudos y tiesos como garrotes, en tal número, que con ellos se podría armar un ejército, si los ejércitos se batieran a cachiporrazos.

Van-Stael tenía que resignarse; pero no dejó de tomar sus medidas para defenderse de los antropófagos. Hizo colocar las dos lantacas en la playa, de manera que batieran los dos pasos abiertos entre las rocas de la costa y por las cuales podían desembocar los indígenas.

Tornóse á hacer de fajina y tierra, porque se pensó que los enemigos batieran por aquella parte.

Pero no parecían sables útiles. Además, surgieron dificultades sobre ciertos pormenores. Y así pasó un día. Al siguiente por la mañana se acordó que se batieran a pistola. Don Víctor formó entonces su plan. Se alegró de que fuese el duelo a pistola. Pero tampoco parecían pistolas de desafío. Y pasó otro día.