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La mandíbula batallaba con el chupón; la dentellada cortante y sólida, con la mucosidad fosforescente que resbala y huye; el golpe de cabeza demoledor como un ariete, con el latigazo de los tentáculos, más gruesos y pesados que la trompa del elefante.

Contra el muerto caballo replegado batallaba Ismail, cual la pantera de innumerables canes acosada, en los que alcanza brava se ensangrienta.

No hay duda, el señorito Octavio batallaba rudamente con el sueño. Señorito... señorito... ¿no se levanta usted? , ... allá voy... en seguida. Y dicho y hecho; abrió los ojos, llevó á ellos los puños y los frotó con singular encarnizamiento, corrió todo el cuerpo hacia arriba hasta tocar con la cabeza en la madera de la cama, cruzó los brazos sobre el pecho, y otra vez quedó dormido.

Amor parecía que volaba en los aires y lo llenaba todo; amor decían las vihuelas; de amor, escuchando en sus oscuros miradores palpitaba, sin saber por quién, y toda en imaginaciones sin sujeto, doña Guiomar, y amor iba emponzoñando en su dulce veneno el corazón del familiar, que veía delante de sus ojos, aunque allí no estaba, las doradas hebras de los sedosos cabellos de la viuda, y su frente de alabastro, y sus labios, que a una entreabierta granada se asemejaban, y sus ojos, con los que el claro azul del cielo de la alborada no pudiera competir; y batallaba el mísero con aquel amor que tan de súbito se le había metido en el alma, como si hubiera sido tentación de Satanás, y no fuego celeste, que del infierno venía, y había tomado por bellas ventanas por donde asomarse y dejarse ver en la tierra los divinos ojos de la indiana.

Batallaba el diente con la ventosa, el coletazo demoledor con el tentáculo que ahoga, la boca que desgarra con la boca que sorbe.