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Abajo mugía la máquina de vapor, dando bufidos espantosos que se transmitían por las múltiples tuberías; rodaban poleas y tornos con un estrépito de mil diablos; y por si no bastase tanto ruido, las hilanderas, según costumbre tradicional, cantaban á coro con voz gangosa el Padre nuestro, el Ave María y el Gloria Patri, con la misma tonadilla del llamado Rosario de la Aurora, procesión que desfila por los senderos de la huerta los domingos al amanecer.

Estuviera donde estuviera, siempre encontraba alguna puerta, a la que empezaba a llamar, aunque bastase empujarla ligeramente para que se abriese. Si se abría, buscaba otra y empezaba a llamar de nuevo; no podía sufrir las puertas cerradas. Llamaba de día y de noche, sin poder apenas tenerse en pie, de cansancio.

Así permanecieron unos minutos, mudas las bocas, embebecidos los espíritus y quietas las manos de ambos, especialmente las de ella, cual si bastase para su doble delicia aquel dulce calor que los cuerpos se comunicaban. Después sonaron de labio a labio palabras dichas en voz baja, y, por fin, mutuamente sorbidas las almas y atraídas las bocas, se besaron.

Hizo lo mismo con el segundo sin detenerse y sin que la pica bastase a contenerle ni hiciese más que herirle ligeramente. El tercer picador tuvo la misma suerte que los otros. Entonces el toro, con las astas y la frente teñidas en sangre, se plantó en medio de la plaza, alzando la cabeza hacia el tendido, de donde salía una gritería espantosa, excitada por la admiración de tanta bravura.

Y si esto no bastase, puede haber alguien que la ayude, pero sin nuestra intervención. ¿Qué hacer, pues? Interesar a alguien en la muerte de Germana. Suponte un enfermo que dijese a los que la asisten: muchachos, cuidadme bien; el día de mi muerte tendréis todos mil francos de renta. ¿Crees que ese hombre viviría mucho tiempo?

Podrían hacerse cerebros de celuloide, sólidos, prácticos y que, como se venderían mucho, resultarían bastante baratos; cerebros a los que se les diese cuerda para veinticuatro horas, o bien que tuviesen una ranura, como ciertos aparatos de gas, para que, al querer iluminar algún punto obscuro de nuestra política, bastase echar en ellos una moneda y aproximar un fósforo.

Crecía en tanto la luz de la mañana, que por las pintadas vidrieras en el templo penetraba, y como doña Guiomar, sofocada por el calor, que le hacía, y bueno, aquella mañana, sin que a templarle bastase el fresco ambiente de la catedral, se levantase el velo, Miguel de Cervantes acabó de perderse, ganado por la peregrina y casi sobrenatural hermosura de la hermosísima indiana; y tanta codicia fue en los ojos de Miguel, que adelantó para ponerse más cerca, y como si el alma, que se le salía por los ojos e iba a buscar su deleite en aquella grandísima hermosura, hubiese tenido algo de hechizo y encantamiento, doña Guiomar volvió la cabeza, ni más ni menos que si la hubieran llamado, y sus lucientes ojos negros, con todo su esplendor, fueron a dar en los ya turbados ojos de Cervantes, que se sintió en el corazón herido, y sintió miedo y escapó, huyendo por la primera vez de un enemigo; que bien puede llamarse enemigo a aquel que, apenas visto, la voluntad nos roba y a la suya nos somete, y nuestra libertad cambia en esclavitud ansiosa, llena de dudas y sobresaltos; que ver lo que para nosotros es un tesoro largo tiempo codiciado, sin tener a la par la certeza de su posesión, en espanto nos pone, y nuestro cuidado afanoso y nuestro sobresalto causa.

Como si esto no bastase, mis celosos consejeros, el Canciller y el general Estrakenz se presentaron en Zenda, instándome a que designase día para la solemnización de mis esponsales, ceremonia que en Ruritania es casi tan obligatoria y sagrada como el matrimonio mismo.

Mas como su peculio no bastase para atender a tan numerosas caridades, diose traza para obtener dinero de su padre valiéndose de mil ardides inocentes; un día pidiéndole para una sombrilla, otro para un reloj, otro para un estuche de costura, etcétera. Tanto fue lo que abusó, no obstante, que don Mariano sospechó la verdad y señaló un límite a sus larguezas.

En cabo de los cuales, paresciéndole al Inca que seria bien dar órden en que se comenzase á poner por obra el fabricar de la ciudad, pareciéndole que ya la tal gente que ansí era llegada habia de descansar el tiempo que le bastase, luego mandó á los caciques que cada uno juntase su gente en cierta campaña é llano é la pusiesen cada uno por , porque les queria repartir á todos ellos la obra que ansí habian de hacer, é dalles la órden que en ello habian de tener.