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La intervencion del alto empleado en favor de Basilio, en vez de hacerle bien, le perjudicó. Hacía tiempo que entre el empleado y S. E. había cierta tirantez, ciertos disgustos, aumentados por dimes y diretes.

No, no señor, contestó Basilio modestamente; yo no me cruzo de brazos, yo trabajo como todos trabajan para levantar de las ruinas del pasado un pueblo cuyos individuos sean solidarios y cada uno de los cuales sienta en mismo la conciencia y la vida de la totalidad.

Azorado y temiendo oir de un momento á otro la terrible esplosion, Basilio se dió toda la prisa que podía para alejarse del maldito sitio: sus piernas le parecían que no tenían la agilidad necesaria, sus piés resbalaban contra la acera como si anduviesen y no se moviesen, la gente que encontraba le cerraba el camino y antes de dar veinte pasos creía que habían pasado lo menos cinco minutos.

Con todo aunque usted no ha respondido á mis esperanzas, el día en que cambie de opinion, búsqueme en mi casa de la Escolta y le serviré de buena voluntad. Basilio dió brevemente las gracias y se alejó.

El círculo de cabezas volvió a formarse, y en él echó D. Basilio su aliento, como los saludadores, antes de echar sus palabras. Era el tal aliento poco grato a la nariz de Feijoo, por lo cual este se retiró discretamente. Don Basilio estuvo vacilando entre su conciencia, que le exigía callar, y el deseo de satisfacer la curiosidad de sus amigos.

Uno de estos, como para apagar un poco tanto entusiasmo, preguntó al examinando dónde había cursado los primeros años de latin. En San Juan de Letran, Padre, contestó Basilio. ¡Ya! en latin no está mal, observó entonces medio sonriendo el dominico. Por aficion y por caracter escogió la Medicina; Cpn.

Hundiose en los abismos del ayer la levita antigua, con toda su mugre, testimonio lustroso de luengos años de cesantía y de arrastrar las mangas por las mesas de las redacciones. Completaba el buen ver de la prenda un sombrero de moda, y el gran D. Basilio parecía un sol, porque su cara echaba lumbre de satisfacción.

Ha venido a decírmelo ahora mismo D. Basilio. Entraron los de la policía en la casa de esa mujer con quien vive ahora, ¿te vas enterando?, y después de registrar todo y de coger los papeles, trincaron a mi sobrino, y en el Saladero me le tienes... Vamos a ver, ¿y qué hago yo ahora? Francamente, se ha portado muy mal conmigo; es un mal agradecido y un manirroto.

Se lanzó a estrechar en sus brazos la cabeza de su esposa; pero esta le recibió con los puños, que, rechazándole con fuerza, le hicieron perder el equilibrio y casi caer sobre don Basilio. ¡Nerviosa, nerviosísima! dijo el médico, disimulando el dolor de un callo que le había pisado aquel calzonazos. Empezaron las explicaciones.

Cuando supo que Basilio se había ido á Manila para sacar sus economías y rescatar á Julî de la casa en donde servía, creyó la buena mujer que la joven se perdía para siempre y que el diablo se le iba á presentar bajo la forma del estudiante. ¡Fastidioso y todo, cuánta razon tenía aquel librito que le había dado el cura! Los jóvenes que van á Manila para aprender, se pierden y pierden á los demás.