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Despues de eructar tres ó cuatro veces, porque el señor Juez tiene esta fea costumbre, dijo que la única persona que podía salvar á Basilio era el P. Camorra, en el caso de que lo quisiese y miraba con mucha intencion á la joven. El la aconsejaba tratase de hablar con el cura en persona.

Esto le habían dicho á Basilio, cuando al salir de la carcel fué á visitar á su amigo para pedirle hospitalidad. Basilio no sabía á donde ir, no tenía dinero, no tenía nada fuera del revólver.

El cura, oyendo lo cual, le dijo que atendiese a la salud del alma antes que a los gustos del cuerpo, y que pidiese muy de veras a Dios perdón de sus pecados y de su desesperada determinación. A lo cual replicó Basilio que en ninguna manera se confesaría si primero Quiteria no le daba la mano de ser su esposa: que aquel contento le adobaría la voluntad y le daría aliento para confesarse.

Tocaría, pues, a otra puerta, yéndose derechita a ver al Sr. de Feijoo, que era amigo suyo y había sido su pretendiente, y tenía gran amistad con don Jacinto Villalonga, íntimo del Ministro de la Gobernación. A poco llegó don Basilio diciendo que Maxi no venía a almorzar. «Ha ido con D. León Pintado a ver a no qué personaje, y tienen para un rato».

Sobre todo, les molestaba la afliccion del estómago; y congoja de corazon con tanto golpe y desasosiego; y el segundo piloto, D. Basilio Ramirez, mientras atendia á la maniobra, se dió un golpe tal que le quedó el rostro muy mal herido.

Dicho esto, la Caña se quedó muy serio, saboreando el efecto que debían causar sus palabras. Volvió a poner el palillo entre los dientes y miraba a sus amigos con cierta lástima. «¿Y qué? dijo Rubín con desabrimiento . No veo la tostada». Pues, amigo mío replicó D. Basilio en el tono de un hombre superior que no quiere incomodarse , si usted no quiere ver la tostada, ¿yo qué le voy a hacer?

Iban en ella los individuos del Ayuntamiento y de la Junta, los empleados, el comandante de la policía, diez o doce gendarmes, y los chicos de la Escuela. Estos llevaban sendas banderitas de papel de China. Cerca de don Basilio marchaban los oradores: Jurado y Venegas.

A sólo Sancho se le escureció el alma, por verse imposibilitado de aguardar la espléndida comida y fiestas de Camacho, que duraron hasta la noche; y así, asenderado y triste, siguió a su señor, que con la cuadrilla de Basilio iba, y así se dejó atrás las ollas de Egipto, aunque las llevaba en el alma, cuya ya casi consumida y acabada espuma, que en el caldero llevaba, le representaba la gloria y la abundancia del bien que perdía; y así, congojado y pensativo, aunque sin hambre, sin apearse del rucio, siguió las huellas de Rocinante.

Diario de la expedicion, que de órden del Exmo. Señor Virey hizo D. José Francisco Amigorena contra los indios bárbaros Peguenches. Informe de D. Basilio Villarino, Piloto de la Real Armada, sobre los puertos de la costa patagónica. Informe del Virey Vertiz para que se abandonen los establecimientos de la costa patagónica.

Sancho Panza, que lo escuchaba todo, dijo: -El rey es mi gallo: a Camacho me atengo. -En fin -dijo don Quijote-, bien se parece, Sancho, que eres villano y de aquéllos que dicen: "¡Viva quien vence!" -No de los que soy -respondió Sancho-, pero bien que nunca de ollas de Basilio sacaré yo tan elegante espuma como es esta que he sacado de las de Camacho.