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Todos hablaban únicamente de los respetos que merecía el anciano pastor, un hombre que en sus mocedades se comía los franceses crudos, que había visto mucho mundo, y cuya sabiduría, demostrada con medias palabras y consejos incoherentes, inspiraba un respeto supersticioso á la gente de las barracas.

Y con un instinto de ser superior nacido para el mando y que sabe imponer la obediencia, comenzó á dar órdenes á todas las mujeres, que rivalizaban por servir á la familia antes odiada. Ella iría á la ciudad con dos compañeras, para comprar la mortaja y el ataúd; otras fueron al pueblo ó se esparcieron por las barracas inmediatas, buscando los objetos encargados por Pepeta.

La carne salada, el mal tocino, la miniestra picada, y las harinas añejas por lo regular han sido el principal sustento de sus individuos. El trato racional reducido unos á otros, los riesgos muchos por los indios salvajes, y las habitaciones unos miserables ranchos, ó barracas de paja, irresistibles á la inclemencia de las estaciones. Véase pues la desigualdad que média de unas á otras.

En su base se apiñaba una confusión de barracas, feria exótica, donde pululaba una multitud rumorosa, y la luz de las linternas oscilantes salpicaba el crepúsculo de vagas manchas sangrientas. Los toldos blancos parecían al pie del negro muro bandadas de mariposas inmóviles. Una gran tristeza se apoderó de mi alma.

Cogidos los tres de la mano, procuraban andar á la zaga de los otros muchachos, que, por ser de las barracas inmediatas á la suya, sentían el mismo odio de sus padres contra Batiste y su familia, y no perdían ocasión de molestarles. Los dos mayorcitos sabían defenderse, y con arañazo más ó menos, hasta salían en ciertas ocasiones vencedores.

Son los patriotas que celebran la victoria de Albuera y la Constitución que se ha leído hoy a las Cortes. Detúvose un instante ante las barracas y al andar de nuevo, habló así lúgubremente: Yo he muerto, he muerto ya. El mundo acabó para . Le dejo entregado a los charlatanes.

Entre las barracas corría un arroyo de aguas sucias que se desbordaban al chocar con un perro muerto e hinchado, y en distintos sitios se veían grandes montones de trapo, ferretería de desecho, rejas desbaratadas, llantas de carros, pilas de ventanas sin vidrios y huesos de animales. La más asquerosa de aquellas viviendas era la del Guarro y la Mona. Para entrar tuvieron que agacharse.

Todos adivinaron la mano del tío Barret, y nadie habló. Las barracas hubiesen abierto para él sus últimos escondrijos; las mujeres le habrían ocultado bajo sus faldas.

Chirriaban carretas en los caminos; bandas de muchachos correteaban por los campos ó daban cabriolas en las eras, pensando en las tortas de trigo nuevo, en la vida de abundancia y satisfacción que empezaba en las barracas al llenarse el granero; y hasta los viejos rocines mostraban los ojos alegres, marchando con mayor desembarazo, como fortalecidos por el olor de los montes de paja que, lentamente, como un río de oro, iban á deslizarse por sus pesebres en el curso del año.

La gente de las barracas respetaba á don Joaquín, aunque en lo concerniente á sostener su miseria anduviese remisa y remolona. ¡Lo que aquel hombre había visto!... ¡Lo que llevaba corrido por el mundo!... Unas veces empleado ferroviario; otras ayudando á cobrar contribuciones en las más apartadas provincias de España; hasta se decía que había estado en Cuba como guardia civil.