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Este dia se trabajó en limpiar el barco y la vacijeria, y llenarla de agua. Fuí á reconocer por tierra la costa de la mar. A las cuatro de la tarde llegué bordo, y al mismo tiempo llegaron 3 indios del cacique Calpisquis, los que se quedaron esta noche: se les diò de comer y aguardiente.

El capitán deseaba buscar aparejos para su barco; le habían dicho que allí, en Burdeos, se hacían los mejores y más baratos, y que la gente de Bayona y de la costa vasco-francesa se entendía para esto con un comerciante vascongado.

De ellos, y de su propio estudio, había aprendido Morsamor, y algo se le alcanzaba del uso del astrolabio, del cuadrante, de la brújula y de otros instrumentos y de la manera de marcar el punto en que un barco se halla.

El mismo día, á las tres, la lancha de la administración, impulsada, por seis vigorosos pares de remos que manejaban otros tantos presidiarios, atracaba en la isla Nou, y Cristián, conducido por el patrón del barco, se dirigía al establecimiento penitenciario.

Por la tarde se notaron señales de próxima tempestad que alarmaron profundamente al capitán Golvín, pues no sólo había perdido la tercera parte de sus marineros sino que la mitad de los restantes estaban á bordo de las dos galeras apresadas; y unido esto á las averías sufridas por su propio barco, lo ponían en muy malas condiciones para arrostrar las tempestades de aquella peligrosa costa.

Y por fin le encargaron, como por entretenerlo, que pidiese las leyes que le parecían a él bien para los indios, «¡cuantas leyes quisiera, pues que por ley más o menos no hemos de pelear!», y él las escribía, y las mandaba el rey cumplir, pero en el barco iba la ley, y el modo de desobedecerla.

Hablé á dicho Capitan comandante, animándole á la secuela de nuestro fluvial viage, haciéndole presente, qué dirian de nosotros en asunto de tanto honor. Que despachase á Salta por comestibles; que sentia hubiese arrojado el barco y canoa sin dejar custodia alguna, que nos mantuviesemos en aquel fuerte.

Era raro, rarísimo, que un mozo que pintaba con la maestría que él, no lo diera la menor importancia, y hasta lo desconociera... Buena era la modestia, pero llevada a tal extremo, parecía sandez; y la sandez se compaginaba mal con el talento que era indispensable para pintar lo que él pintaba y decir lo que decía, por ejemplo, cuando hablaba de su amigo y de las valentías de su barco.

Aquí, aun antes de que su esposa le haya saludado, podemos estrechar la mano del capitán del buque recién llegado al puerto, con los papeles del barco en deslustrada caja de hojalata que lleva bajo el brazo.

Después de unos instantes de silencio, añadió, con el oído muy atento hacia proa : Fíjate bien, papá. ¿En qué, hija? En el ruido que va haciendo el barco... Lo mismo que si fuera arrastrándose sobre papel de seda.