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Hacia allí le dijo Van-Stael, indicándole el sitio donde sospechaba que estaba el boquete. Se vió al pescador caminar por debajo del agua, llevando fuera la mano con que sostenía la linterna. Pocos minutos después salió, y dijo: Capitán, alguien ha hecho traición. ¿Qué quieres decir? Que alguien ha abierto una cala en el barco. ¿Alguien? , Capitán.

Los dos hombres, dejándome a atado y con la boca tapada, cogieron cada uno un remo y, apalancando en las paredes y remando, llevaron el barco hasta las puntas. Ya allí, tiraron de las cuerdas para izar las velas, chirriaron las garruchas, y dos formas obscuras aparecieron en la obscuridad de la noche.

Nadie cantaba esta canción como Yurrumendi; al oírla, yo me figuraba una tripulación de piratas al abordaje, trepando por las escalas de un barco, con el cuchillo entre los dientes. Para Zelayeta y para , los relatos de Yurrumendi fueron una revelación.

Calló un momento doña Zobeida, como si vacilase, pero luego añadió con timidez: Aquí mismo, en el barco, hay un señor que no cómo ha sabido lo de mi pleito, y según me dicen, quiere hablarme... Es el papá de esa niña que llaman Nélida, la que siempre anda revuelta con los muchachos.

En este momento el perro de á bordo empezó á ladrar furiosamente, anunciando la presencia del capitán y al mismo tiempo el peligro. Abandonó el abrigo de una colina de carbón, avanzando por un terreno descubierto. Concentraba toda su voluntad en el deseo de llegar á su barco cuanto antes. Brilló una corta llama, seguida de una detonación. Ya disparaban contra él.

Leto empezó a creer que no había modo de resistirla ni de engañarla... Pues las tres tablas dijo ; pero ¡muchísimo cuidado, Nieves! Y se dispuso a complacerla, comenzando por olvidarla para no ser más que barco inteligente.

Hoy, el mar se industrializa por momentos; el marino, en su barco de hierro, sabe cuánto anda, cuándo va a parar; tiene los días, las horas contadas...; entonces, no; se iba llevando la casualidad, la buena suerte, el viento favorable. En aquel tiempo, todavía el mundo estaba mal conocido, todavía había derroteros tradicionales y una inmensidad de Océano en blanco jamás visitado por el hombre.

¿Y bien, Alvarez? preguntó Massareo que no comprendía la obstinación del barco cañoneado. Señor, todas las balas le han caído encima y el maldito no se menea. Y sin embargo, hay gente a bordo, lo juraría por mi rosario.

Con un trozo de amarra pude defenderme y hacerlas huír. ¿Qué pasa? gritó Recalde. Nada dije yo . Son pájaros. Se puede subir. Echa esa cuerda. Les eché una cuerda, que ataron al Cachalote, y luego, saltando como yo, de una piedra en otra, subieron al barco. Tomamos posesión, solemnemente, del Stella Maris.

No había muelle; del barco a una lancha, y de la lancha a una carreta hundida en el agua hasta el eje, que le arrastraba a uno a las costas de la orilla. Catorce reales me llevaron por desembarcar, y entré en Buenos Aires con peseta y media y un pantalón viejo que no lo hubiese querido un pobre... Luego pasaron muchos años sin que nos viésemos mi amigo y yo.