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Dos de los barbianes habían ido al cenador inmediato y habían vuelto trayendo dos mujeres, que se fueron tan pronto como bebieron algunas cañas y dijeron algunas desvergüenzas. El Naranjero, cada vez más alegre, respondía a las insolencias con otras mucho mayores, gozando en aquellos dimes y diretes, donde tanto padecía la decencia.

Uno de aquellos barbianes se divertía en tirar aceitunas a Concha la Carbonera, que, lastimada en la cara, profería insultos atroces, entreverados de blasfemias. No me tirarás una monea de sinco duros, grandísimo arrastrao, dao pol tal. ¿A que ? Párala en la boca. Y le arroja con tal ímpetu una moneda que si no baja la cabeza la descalabra.

Viendo a todo el mundo montar en los carruajes y partir, se me ocurrió que era necesario, a todo trance, buscar vehículo para trasladarme a Sevilla, porque pensar en que iba a hacer el viaje a pie a aquellas horas era un delirio. Miré con ansia a todas partes, a ver si tropezaba con alguno de los barbianes del cenador. No hallé ninguno. Se habían evaporado no por dónde.

Primo se rascó la oreja, rasgueó distraídamente la guitarra después, y, por último, dijo mirándome francamente a la cara: Yo que usté, cabayero, tomaría el olivo en er primer tren de la mañana. ¡Pchs! silbé yo, alzando los brazos con desdén. El guitarrista me dirigió una mirada donde creí ver mezcladas la lástima y la admiración. La animación, en tanto, iba creciendo entre los barbianes.

Este era el supremo toque de la voluptuosidad, al parecer, porque al llegar aquí los barbianes de la reunión quisieron volverse locos. ¡Viva tu sangre, chiquilla! exclamó el Naranjero . ¡Vivan las mujeres castisas! Al estante nos vamos a beber una cañita, ¿verdá, prenda?... ¡Viva tu mare, que tengo para ti en er borsiyo un biyete de la lotería pasá!

Al pasar cerca de , me puso el sombrero y dijo sordamente: Grasia, senificante. Volvió de nuevo al centro del corro, y volvieron los movimientos a pie firme. Lola y la Serrana seguían cantando nuevas coplas, todas referentes a toreros más o menos difuntos. Los barbianes jaleaban a la bailaora, prodigándole mil epítetos extravagantes.

Desde el rincón donde me hallaba sentado arrojábale miradas furibundas, que él estaba lejos de advertir. Sin embargo, al cabo de un momento observé que la Serrana y Lola, formando grupo con él y otros dos barbianes, miraban hacia sonrientes.

¿Qué les parece de mi amigo Sanjurjo? preguntó después a los barbianes con cierta sorna . ¿Verdad que no tiene el vino bueno? ¡Pchs! No ha estao mal respondió uno, con la misma entonación de zumba, y sin mirarme. Observé que los barbianes cambiaron entre rápidas miradas burlonas, que me hicieron malísimo efecto.