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«¡Cabezudenses, barbaruelenses y animalejuenses! Supongamos que Cabezudo le pide que no llueva una gota, y todo con la intención de que Barbaruelo no muela un grano, y en seguida empieza á llover tanto, que el agua se lleva los molinos de Barbaruelo. En este caso, ¿no habrá hecho Dios lo que Cabezudo le pedía, aunque parezca que ha hecho todo lo contrario?

Mientras esto pasaba en Barbaruelo y Cabezudo, los de Animalejos, que no sabían si alegrarse ó entristecerse contemplando el aparato de lluvia que presentaba el cielo, determinaron rogar al tío Traga-santos que solicitase, por la intercesión de San Isidro, que lloviera y no lloviera, ó lo que es lo mismo, que cayese sólo una rociada de agua, que era lo único que necesitaba el campo de Animalejos.

El tío Traga-santos fué oyendo á unos y á otros, y como no tenía cara para negar nada á nadie, y de unos y otros había recibido limosna para reedificar la ermita de San Isidro, fué diciendo á todos amén, imitando al devoto del cuento del señor Cura, pidiendo al Santo que hiciera lo que le diese la gana: creyó haber encontrado, en lo posible, aquel medio, que consistía en pedir á San Isidro que no lloviese tanto como querían los de Barbaruelo ni tan poco como querían los de Cabezudo y los de Animalejos.

Yo estoy satisfecho del favor que todos hemos alcanzado de Dios por la intercesión, del glorioso San Isidro y vosotros debéis también estarlo, amados cabezudenses, barbaruelenses y animalejuensesEste oro era para los de Barbaruelo el de Cabezudo, para los de Cabezudo el de Barbaruelo, y para los de Animalejos el de cualquiera de los dos pueblos vecinos.

Traga-santos vendió hasta los clavos de su casa para realizar su propósito de reedificar la ermita de San Isidro; y como aquello no bastase, anduvo de pueblo en pueblo pidiendo limosna para tan santa obra, por cierto con mucho fruto, particularmente en Cabezudo y Barbaruelo.

El Santo escuchó mi ruego, y Dios escuchó el del Santo, porque se fundaban en el buen medio en que está la virtud, y así todos fuisteis complacidos hasta cierto punto: Cabezudo, consiguiendo que no lloviera tanto como Barbaruelo deseaba; Barbaruelo, consiguiendo que no lloviera tan poco como deseaba Cabezudo; y Animalejos, consiguiendo que no lloviera tanto ni tan poco como deseaban Cabezudo y Barbaruelo.

El río que pasaba por Barbaruelo era muy caudaloso, y el que pasaba por Cabezudo era todo lo contrario. Así sucedía que cuando la sequía era grande, Barbaruelo monopolizaba la molienda de toda, la comarca, porque Cabezudo ni aun á represadas podía moler un grano.

Cerca de Animalejos había dos pueblos que estaban siempre en guerra uno con otro, porque daba la pícara casualidad de que casi siempre eran sus intereses opuestos. Estos dos pueblos eran Barbaruelo y Cabezudo. Los únicos molinos que había en aquella comarca estaban en jurisdicción de estos dos pueblos, que tenían en los molinos de concejo un gran recurso para levantar las cargas públicas.

Hallándose el tío Traga-santos en esta santa ocupación, asomaron por los caminos de Cabezudo y Barbaruelo numerosas turbas de masas populares que se dirigían hacia Animalejos al furibundo grito de: «¡Muera el tío Traga-santos!», grito que no tardó en encontrar eco en Animalejos mismo, cuya plebe empezó á agitarse furiosa, formando cuerpo con la forastera: toda aquella muchedumbre se encaminó, rugiendo de furor, al cerrillo de San Isidro.

Barbaruelo y Cabezudo acordaron enviar cada cual una comisión á Animalejos para ver si por la intercesión del tío Traga-santos, á quien habían dado tanta limosna para reedificar la ermita, lograban de San Isidro que á su vez intercediese con Dios para que no cayera gota de agua y para que cayera á cántaros, y ambas comisiones se dirigieron casi simultáneamente á Animalejos.