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¡Hola! ¿Vienen ustedes de visitar á la ilustre familia de los Trevia? dijo Paco Ruiz, que era un mozo guapo y arrogante, de ojos negros expresivos, barba recortada y que á la sazón mordía, cerrando los ojos voluptuosamente, un magnífico cigarro habano. , venimos de la Segada. ¿Repartían por allá monedas de cinco duros?

El sargento se acercó al grupo y, encarándose con uno de ellos, dijo: Mi general. ¿Qué hay? Este paisano, que trae unas cartas para el general en jefe. Martín se acercó y entregó los sobres. El general carlista se arrimó a un farol y los abrió. Era el general un hombre alto, flaco, de unos cincuenta años, de barba negra, con el brazo en cabestrillo.

¡Que se ha quitado la barba! exclamó la madre. ¿Quién te lo ha dicho? Juan, el guardabosque del Duque, que ha visto al Rey. ¡Ah, ! El Rey, señor mío, está de cacería en una posesión que tiene el Duque, ahí en el bosque; de Zenda irá a Estrelsau para la coronación el miércoles por la mañana.

Su edad no pasaba de veintiséis años. Tenía la barba negra, los ojos ídem, el pelo ídem, el entendimiento ídem; mas su filiación era difícil en lo tocante a la primera de estas señas personales, pues muy a menudo variaba la ornamentación capilar de su cara; de modo que si este mes se le veía con barba corrida, el que entra llevaba patillas; al año siguiente aparecía con bigote solo; después con bigote y perilla, como si quisiera inscribir en su cara, con la navaja de afeitar, la caprichosa inconstancia de sus pensamientos.

«Seis, siete.... Y uno en el bolsillo, ocho.... Puede que haya otro en la lavandera...». Dejólos caer de golpe. Acababa de recordar que uno de aquellos pañuelos se lo había atado él a la niñita debajo de la barba, para impedir que la baba le rozase el cuello.

¿Conque te ha hecho la corte a ti, Niña? prosiguió cogiendo con dos dedos cariñosamente la barba de Nuncita. Me parece que debiste de haber sido muy torerita, ¿verdad, Carmela? Fue un poco tentada de la risa. ¡Carmela, por Dios, que estos señores van a creer que he sido una coqueta! exclamó con angustia la Niña.

Pues si lo soy, adorad a esta mujer que es mi alma y sin la cual no puedo vivir. El afecto que me tengáis a , partidlo para que también sea de ella». Y lo haría, a ser posible, tal como lo digo. Loco... nene adorable decía ella cubriéndole la cara de besos, acariciando la negra barba con su boca suave y estremecedora.

Sin duda los sorprendió allí el temporal de nieve, desde que comenzó, y perecieron de hambre y de frío... por decreto de Dios que conocía sus malas intenciones. Era el uno un peine que se titulaba ingeniero y decía andar en busca de una mina de oro, meses hacía ya, con su vestido harapiento, sus greñas y su barba silvestre y su costurón en la cara, que le partía un ojo y la mitad de la nariz.

Pálido, temblorosa la barba hasta que la sujetó mordiendo el labio inferior, don Fermín miró a su enemigo con asombro y con una expresión de dolor que llenó de alegría el alma torcida del Arcediano.

Cuando bajó el telón, un anciano encorvado, con luenga barba blanca y gafas, se acercó arrastrándose más que andando al palco de los de Belinchón. ¡Don Mateo! Imposible que usted faltase exclamó doña Paula. ¿Pues qué quiere usted que haga en casa, Paulita? Rezar el rosario y acostarse dijo Venturita.