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Y no debía de ser feo, ni mucho menos, en aquella época. Aún ahora con su elevada estatura, la barba gris rizosa y bien cortada, los ojos animados y brillantes y el cutis sin arrugas, sería aceptado por muchas mujeres con preferencia a otros galanes sietemesinos. Tenía, lo mismo que yo, la manía de cantar o canturriar al tiempo de lavarse.

En uno de ellos traía un cristal o monocle hábilmente sujeto, que daba a su fisonomía un aspecto excesivamente impertinente y repulsivo. No gastaba barba, sino largo bigote con las puntas engomadas. Vestía con elegancia que no se ve jamás en provincia, esto es, con cierta originalidad caprichosa de los que no siguen las modas, sino que las imponen.

Mi padre ríe de tan buena gana, no a carcajadas, pero con tal fe e intención, que se toma parte en su alegría aun sin saber por qué. Sus ojos ríen al mismo tiempo que sus labios y las mejillas, la barba y hasta las orejas parece que se divierten a la vez con lo que le hace reír, que es, a veces, un pensamiento que ni siquiera ha dicho.

Señor le dijo llorando un pobre pescador de barba blanca, con un gorro catalán en la mano ¡señor, que este año nos morimos de hambre! ¡que no da para borona la costera del besugo!...

Di allá en la posada que me traigan aquí la mula. Cumplió don Eugenio el encargo diligentemente, y a poco ambos eclesiásticos, envueltos en cumplidos montecristos, atados los sombreros por debajo de la barba con un pañuelo para que no se los llevase el viento fuerte que corría, bajaban el repecho de la carretera al sosegado paso de sus monturas.

No es cura afirmó la Comadreja . ¿No le ves unas patillitas como las de un padronés? Pero, mujer, si lleva alzacuello. ¡Qué alzacuello! Corbata negra. El gordo es un inguilis. ¡Ay Jesús; parece que le pintaron la barba con azafrán! ¿Y aquello qué es? ¡Madre mía de la Guardia!; un anteojo en un ojo solo, y colgado en el aire; ¡mira, mira! Callar, que vienen para acá. Vienen aquí en derechura.

Parecía, en suma, y lo era en verdad, lo que se llama un hombre gastado fuera de sazón. Su amigo Ballesteros era lo contrario en lo físico y en lo moral, sin ser menos perdido: moreno lavado, de barba recia muy recortada, y negra como los ojos y el pelo; vivo de mirada y de frase, suelto y expresivo de ademanes, y bien trazado de contornos. Formaban ambos un contraste completo.

La muchacha dió a beber al viejo un poco de café, y yo pude contemplar al padre y a la hija. Era él un hombre escuálido, de unos sesenta años; la barba, blanca, recortada y en punta; los ojos, pequeños, grises y vivos, debajo de unas cejas largas y amarillentas; la nariz, aguileña.

Había mejorado mucho su salud y al mismo tiempo no ponía tanto cuidado como antes en el adorno de su persona. Desde que tomara con tanto cariño las funciones paternales, se había dejado toda la barba, usaba hongo y una gran bufanda alrededor del cuello. Salía a sus diligencias en coche simón por horas.

Un anciano de venerable aspecto, de blanca y luenga barba, vestido de negro a la italiana, y acompañado sólo de otro de menos edad, que parecía ser su familiar o secretario, estaba rodeado de hombres y mujeres del pueblo, de esclavos negros y de muchachuelos vagabundos, que en ademán hostil le insultaban y amenazaban a gritos, llamándole marrano, enemigo de Cristo y perro judío.