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Era el lugar de conversación un colgadizo espacioso, de tablilla bruñida el pavimento: la baranda como toda la casa, de madera abierta en tres lados para las tres escalerillas que llevaban al jardín que había al frente de la casa. Estaba el colgadizo siempre en sombra, porque lo vestía de verdor una enredadera copiosísima, esmaltada de trecho en trecho por unos ramos de florecitas rojas.

El P. Gil meditaba esto, apoyado en la baranda de un corredor enrejado que su habitación tenía sobre el mar. El sol declinaba entre celajes carmesíes, envolviendo en una onda de luz tibia y rojiza el pueblo y la rada. El lienzo de rocas que la cierra allá enfrente alzaba su masa enorme sobre las aguas, proyectando ya una vasta región de sombra.

Uní las sábanas de la cama con un fuerte nudo, las até a la baranda de la ventana y traté de bajar al suelo. La vehemencia del deseo me prestó una fuerza sobrenatural, y mi ángel bueno me protegió sin duda, porque las sábanas eran demasiado cortas y caí de una gran altura, sin herirme, sin embargo. Después, deslizándome a lo largo de las paredes, corrí hasta el puente.

El ingeniero me coge por los hombros, tira hácia atrás, casi me arrastra, y como quien maneja un cadáver, me lleva á la baranda, me inclina el cuerpo, me baja la cabeza y me obliga á mirar, mientras que mis manos estaban asidas fuertemente á los hierros. ¡Es un espectáculo maravilloso! exclamaba con cierto frenesí de artista, un frenesí que le hacia muchísimo favor, que le honraba en extremo; pero que yo no podia comprender, mucho menos que comprender, venerar; y mucho menos que venerar, aplaudir.

La baranda de hierro, oxidada por los años y deshaciéndose en herrumbrosas escamas, temblaba, casi suelta de sus alvéolos, con el ruido de los pasos. Al llegar al zaguán, Febrer se detuvo. La extrema resolución que había adoptado, y que iba a influir para siempre en los destinos de su nombre, le hizo mirar con curiosidad los mismos lugares que antes cruzaba indiferente.

Eran calles en pendiente, formando rellanos, flanqueadas de casas estrechas y altísimas. Todos los huecos tenían balcones, y de una baranda á la de enfrente se tendían cuerdas, empavesadas con ropas de diversos colores puestas á secar. La fecundidad napolitana hacía hervir de gentío estas callejuelas.

El terrible Piscis se destacó acto continuo, trepó por la esquina de la pared y con su bastón lo apagó al instante, rompiendo, por supuesto, el tubo. Un bulto de mujer apareció en el corredor. Pablito se cogió de un salto a las rejas. Luego escaló por ellas y montándose en la baranda, se introdujo sin hacer ruido en él.

Si hubiese un abismo por allí, es seguró, tambien que me obligaria á meter las narices en el abismo, como me obligó á mirar la cúpula desde la baranda de hierro, á la altura de un décimo piso. La verdad, dicho sea sin ofender á nadie, no tengo ninguna comezon por ser héroe ni en las profundidades, ni en las alturas.

Yo dejé caer la cabeza sobre la baranda como un muerto, cerraba los ojos como para no desvanecerme; pero era inútil. Todo rodaba; todo me circuia dando vueltas en una confusion diabólica.

En el centro de su baranda, situada sobre el arranque de la escalera, frente a la puerta de la calle, estaba el escudo en piedra de los Febrer, con un farolón de hierro forjado. Jaime, al descender, chocaba su bastón en la piedra arenisca de los escalones o tocaba las grandes ánforas barnizadas que adornaban los rellanos, y éstas devolvían el golpe con una sonoridad de campana.