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Notaba yo que la pobre mujer estaba en aquellos instantes bajo la doble tortura de los sucesos mismos declarados, y del temor a lo que pudiera alcanzarla del mal juicio que yo hubiera formado de todo ello; inspirábame honda compasión, y con el fin de aliviarla un poco de ambos tormentos, la hablé así: En primer lugar, del dicho al hecho siempre hay gran trecho, y mucho más si los hechos son de la magnitud de éste que a usted la espanta; de manera que las amenazas de venir esta noche esos bandoleros a desvalijar a mi tío, se cumplirán... o no se cumplirán; y bien pesado y medido todo, quizás fuera preferible que vinieran, particularmente para usted, por aquello de que «muerto el perro, se acabó la rabia». En segundo lugar, con la confesión que usted me ha hecho, y ¡ojalá se le hubiera ocurrido hacérmela la primera vez que topó con su marido en la fuente! si no viene por aquí esta noche a liquidar todas sus deudas en una sola partida, tengo todo lo que necesito saber para obligarle, por la cuenta que le trae, a que abandone esta comarca callandito la boca y a buen andar por donde nadie le vea, y la deje a usted en santa paz por todos los días de su vida.

Los feligreses de Peñascosa tuvieron en él un pastor muy semejante a un capitán de bandoleros. Nadie le levantaba el gallo en la población. Los más arduos casos de conciencia solía resolverlos D. Miguel en un instante con media docena de mojicones o de puntapiés bien dirigidos. Que Marcelino, el de Cosme, tenía en cinta a la hija de Laureana la tejedora y no quería casarse con ella.

Hasta los bandoleros celebran francachelas cuando acaban de dar un buen golpe.... Por aquí ha pasado la Fortuna y, sin embargo, vivimos en perpetua Cuaresma; llevamos la tristeza en el alma, como aquellos señores vestidos de negro del tiempo de los Austrias.

Los parajes de alguna feracidad no estaban ocupados por granjas, sino por conventos, y al borde de las escasas carreteras vivaqueaban las partidas de bandoleros, refugiándose, al verse perseguidos, en los monasterios, donde les apreciaban por su religiosidad y por las muchas misas que encargaban para sus almas pecadoras. La incultura era atroz.

Rara era la incursión de los bandoleros a la capital en que no se llevasen cautivo algún terranova, que pocos días después devolvían bien azotado y con la cabeza al rape. Con las mujeres terranovas hacían también lo mismo, y algo más.

Sépalo el brillante Alejandro Dumas. Hubo tiempo en que los vasallos se confesaban para caminar; tiempo en que los bandoleros y asesinos empedraban el bosque de Bolonia, si el gran novelista me permite la palabra empedrar.

Tratábase nada menos que de la aparición de una fuerte cuadrilla de bandoleros, que, no contentos con cometer en despoblado mil y un estropicios, penetraban de noche en la ciudad, realizaban robos y se retiraban tan frescos como quien no quiebra un plato ni cosa que lo valga.

No, no: yo voy á las humanas almas A enseñar el camino de los cielos. ¿Á dónde vas? Á alzar en las campañas Templos al Dios que cria la gramilla. Huye del precipicio en las montañas, Teme de bandoleros la gavilla. No, no: yo voy á alzar en las campañas Templos al que bendice la gramilla. ¿Á dónde vas? En medio á las ciudades Voy á purificar los corazones.

El secreto del Cardenal Sannini, obtenido por el famoso bandido Poldo Pensi, cuya terrible partida de bandoleros devastó media Italia hace veinticinco años, y que obligó al mismo Papa Pío IX a pagarle tributo, está escrito aquí, como usted lo acaba de descifrar. ¿Y Pensi ha muerto? pregunté. ¡Oh! .

San Pedro, que estaba a la puerta, le dijo que colara; pero él respondió: «Yo no entro si no entra mi padrino conmigo.» «¿Y quién es tu padrino?», preguntó el santo. «Un capitán de bandoleros», respondió el niño. «Pues, hijo continuó San Pedro , puedes entrar; pero tu padrino, noEl niño se sentó a la puerta, muy triste y con la mano puesta en la mejilla.