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Oyendo abrir la puerta, dejó repentinamente de tocar; era un sirviente. ¿Recibe la señora condesa? , ¿quién está ahí? El señor conde de Lerne, señora. Hacedle entrar. Alzó a su hijo y le dio un beso, en seguida, sentose gravemente en un sillón teniéndolo en sus brazos como las madonas tienen a su bambino.

La rotonda va ocupada por el hombre de las provisiones: una robusta señora que lleva un niño de pecho y un bambino de cuatro años, que salta sobre sus piernas para asomarse de continuo a la ventanilla; una vieja verde, llena de años y de lazos, que arregla entre las piernas del suculento viajero una caja de un loro, e hinca el codo para colocarse en el costado de un abogado, el cual hace un gesto, y vista la mala compañía en que va, trata de acomodarse para dormir, como si fuera ya juez.

Empaquetado todo el mundo, se confunden en el aire los ladridos del perrito, la tos del fraile, el llanto de la criatura, las preguntas del francés, los chillidos del bambino, que arrea los caballos desde la ventanilla, los sollozos de la niña, los juramentos del militar, las palabras enseñadas del loro, y multitud de frases de despedida.

Una de las veces, al tiempo que lo hacían, se aproximó a la dama Pepe Castro, disfrazado de caballero de la corte de Carlos I. ¿Qué es eso? le dijo al oído . ¿No te has cansado aún de tu bambino? Cuando se encontraban solos. Pepe se autorizaba el tutearla y Clementina lo admitía. Yo no me canso de lo bueno repuso ella sonriendo. Muchas gracias replicó él irónicamente.