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Se esconde en la maleza y no puede estar lejos, dijo uno de los ballesteros preparando su temible arma. Desde que llegamos he estado vigilando los alrededores.

Momentos después pasaron trotando junto á Roger el corregidor y cuatro ballesteros, habiendo recibido los otros dos la orden de cavar una fosa y enterrar los cadáveres. Uno de los soldados limpiaba la larga hoja de su espada en las crines del caballo, y al verlo Roger le sobrecogió tal angustia que arrojándose sobre la hierba prorrumpió en sollozos convulsivos.

Estas disposiciones fueron letra muerta, como lo acreditan las Cortes de Valladolid de 1258, prohibiendo que ningún oficial de la Casa Real, ballesteros, halconeros ni porteros, trajesen pieles blancas, ni cendales, ni sillas de barda doradas, ni argentadas, ni espuelas doradas, ni calzas de escarlata, ni zapatos dorados, ni sombrero con oropel, ni argentpel ni con sedas, salvo los servidores mayores de cada oficio.

Pero ¿cómo defender un lugar tan mal guarnecido contra un ejército tan formidable como el del rey de Granada, que le combatia con mas de cien mil lanceros, ballesteros y honderos, multitud de picos y azadones y toda clase de máquinas de guerra?

Tras ellos se agrupaban muchos ballesteros de La Nuit y del Brabante, que observaban con interés el ejercicio á que se entregaban sus aliados ingleses. ¡Bravo, Gerardo! dijo el viejo Yonson á un mocetón de ojos azules y rubio cabello que con labios entreabiertos y fija mirada, seguía la dirección de la flecha que acababa de lanzar.

Cada villa, cada aldea preparó y facilitó su contingente sin tardanza, y en todo aquel otoño y parte del siguiente invierno se oyó de continuo por los caminos el toque de los clarines, el trotar de los caballos y el paso acompasado de los infantes, arqueros, ballesteros y hombres de armas, ya en compañías organizadas ya en grupos aislados, que de todas partes se dirigían á éste ó aquel castillo ó puerto.

El más viejo de los ballesteros se adelantó en aquel momento y desenvainó la cortante hoja; Roger volvió la espalda y se retiró apresuradamente, pero á los pocos pasos oyó un sonido sordo, horrible, que le hizo temblar, seguido del golpe que dió el cuerpo al caer en tierra.

Ese genovés pretende que no hay en el mundo arqueros ni soldados como los suyos y tenemos que probarle lo contrario. Se lo probaremos, asintió el animoso capitán. Pero entre tanto, bueno será que los arqueros y ballesteros escogidos de antemano suban á las cofas disimulando su presencia y su número lo más posible.

La marquesa, desencantada por aquel dato realista, no quiso salir de su poética creencia; arguyó que tal vez los manzanillos de la India fuesen distintos de los del Brasil. Hablóse de las producciones de Méjico. ¿Es verdad que usted posee ochocientas mil vacas, Ballesteros? preguntó Clementina. ¡Oh, señora; eso es una exagerasión! A lo sumo que llegará mi rebaño es a tresientas mil.

Aunque el fugitivo asomó la cabeza lo más prudentemente posible, el ligero movimiento de unos helechos bastó para denunciar su presencia al corregidor, que en aquel momento miraba fijamente la eminencia formada por las piedras y el matorral que en parte las cubría. ¡Ah, bellaco! gritó el funcionario sacando la espada y señalándolo á sus soldados. ¡Allí le tenéis! ¡Á pie firme, ballesteros!