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El ayudante vió a Gabino Maza sentado en una butaca cerca de la pared, y le gritó con alegría: ¡Gabino, no te había visto!... Vamos, hombre, ven acá. Estoy bien aquí respondió con sequedad el bilioso ex oficial de la Armada. ¿Quieres que baje por ti? Maza contestó en voz baja: No hace falta. Los que estaban a su lado hicieron lo que con los demás. Vaya, don Gabino, arriba. No sea usted perezoso.

Pues no quiero decir otra cosa. Pero V. ya decia que se bajase......... Claro es que si no hay triángulo, no se puede bajar; pero entonces no hay ni vértice del ángulo recto, ni hipotenusa, ni nada; pero cuando digo que se baje la perpendicular, siempre supongo el triángulo. Y como es evidente que este triángulo se puede construir, no expreso la suposicion; se la sobrentiende.

Con el cocimiento de las hojas de orégano se consigue que á la muger baje el periodo retenido por efecto de calor. «La debilidad que padezca la muger á causa del desarreglo de la menstruacion, se corrije comiendo en ayunas flor de Coles.

Recuerdo que en la madrugada de un día de otoño frío y lluvioso, salí de mi pueblo para Madrid. Despedime de mi madre, y turbado y conmovido como nunca lo había estado, bajé a escape la escalera en compañía de mi padre. Ambos marchábamos embozados hasta las cejas, no si por miedo al frío o por no vernos las caras.

Al caer Lorenzo, el perro huyó despavorido, con la cola entre las piernas; el tostado se quedó mirando a Lorenzo con profundo asombro, sin comprender, evidentemente, la razón de aquella caída, mientras Baldomero corría hacia el caído, que se levantó diciéndole: ¿Vio qué corcovo, eh?... ¿Se ha hecho daño, don Lorenzo? No; ¡si en cuanto empezó a corcovear me bajé!

Poco faltaba para la puesta de sol cuando bajé de la diligencia; entre las ruedas, las hojas muertas revoloteaban en pequeñas trombas. Mi corazón latía con violencia. Miré en torno mío. Creía ver adelantarse a mi encuentro la gigantesca silueta de Roberto, pero no había allí más que algunos papanatas que me miraron con los ojos muy abiertos, extrañados de esa aparición desconocida.

Lacante fijó en sus ojillos grises y penetrantes y yo bajé la cabeza. Después siguió diciendo: , ¿verdad? Más de uno lo juzga así, y cuando yo declare mis intenciones ya quiénes se pondrán en la fila... Pero solamente Elena decidirá. Al estrecharme la mano, me dijo: Esta niña merece ser dichosa. Lo será respondí maquinalmente.

Bajé a medio vestir, tal como estaba, a la sala del piso inferior, donde se encontraban nuestros regalos, bajo el árbol de Navidad. Tanteando en la obscuridad, busqué su plato, recogí los objetos que estaban al lado de éste, y por encima de todo coloqué el paquete de cartas. Cargada de esta manera, me acerqué a su puerta y toqué.

No encontrando a mi amo por ninguna parte, y temiendo que corriera algún peligro, bajé a la primera batería y le hallé ocupado en apuntar un cañón. Su mano trémula había recogido el botafuego de las de un marinero herido, y con la debilitada vista de su ojo derecho, buscaba el infeliz el punto a donde quería mandar la bala.

Al amanecer bajé á tierra á reconocer el campo, á fin de hallar agua dulce, observando la latitud, y la hora de la pleamar: anduve toda la mañana sin que pudiese descubrir agua.