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Un largo estribo de Sierra-Morena que de los confines de la provincia de Ciudad Real baja hasta este rio, llevando como tributo al mismo por un lado las aguas del arroyo de las Yeguas, por otro las del revuelto y precipitado Jándula, es su límite oriental.

Lo que oyeron era una playera andaluza cuya letra decía: Río arriba, río arriba, nunca el agua subirá; que en el mundo, río abajo, río abajo todo va. Un ingeniero manifestó con indiferencia: Es una cuadrilla de mineros que baja en la jaula que sirve de contrapeso a ésta.

Esta frase se fué repitiendo en voz baja por todo el ámbito del teatro. El hijo del Perinolo era un joven pálido, de ojos negros, que gastaba larga melena. No se advertía más en la media luz que reinaba. Era para él gran fortuna.

E Ivona retorcía sus brazos, como si ella hubiese experimentado aquellas atroces convulsiones. ¡Basta, basta! dijo Kernok, que sentía que su lengua se pegaba al paladar. Has herido a tu bienhechor y a tu amante; su sangre caerá sobre ti, ¡tu fin se aproxima! ¡Pen-Ouët! llamó en voz baja.

Fíjate, para comprender esto que te digo, en lo que pasa en nuestros talleres: cantantes de café-concierto nos proporcionan cabezas de vírgenes... muchachuelas incapaces de coordinar dos ideas vienen a resultar el tipo de una de las musas... viejos pillastres de la más baja ralea conviértense en santos y en apóstoles... Y es que todas estas fisonomías son para nosotros meramente subjetivas.

Al pisar su primer recinto, entrando por la escalera de Damas, un cancerbero con sombrero de tres picos, después de tomarnos la filiación, indiconos el camino que habíamos de seguir para dar con la casa de nuestro amigo. «Tuercen ustedes a la izquierda, después a la derecha... Hay una escalerita. Después se baja otra vez... Número 67».

Las tres obras de escultura de que hemos hablado estaban ya expuestas al público el martes, no en las iglesias, sino en una inmensa sala baja entapizada de rojo damasco, adornada de cornucopias, flores y verdura, e iluminada por la noche con profusión de velas de cera.

Lanzados por la fuerza de proyección del gran depósito, los troncos corren precipitadamente unos tras otros, y detrás de ellos, por el pedregoso camino que baja serpenteando por la ladera, corren los leñadores. Marinos á su modo, tienen que dirigir la navegación de la flotilla de madera.

Con una de ellas hablaba de vez en cuando en voz baja la hija de los señores de Calderón, niña de catorce o quince años, carirredonda, de ojos pequeños, nariz arremolachada y algunos costurones en el cuello, pregoneros de un temperamento escrofuloso.

Este hombre fumaba, mirando en torno inquietamente, como si sus sentidos, aguzados por la vida aventurera en el desierto, le avisasen la cercanía oculta del enemigo. De vez en cuando estiraba el cuello, mirando á lo lejos con el deseo de ver la llegada de alguien. Ataquémosle dijo en voz baja don Carlos.