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Sólo turbaban mis reflexiones el caer de las gotas de agua que doblegaban las hojas con su peso y el olor de la tierra húmeda que me recordaba las mejores horas de mi vida. De tiempo en tiempo, decíame el cura: Pero sabes que es curioso. ¡Qué cantidad de babosas! ¿Creerás, Reina, que he encontrado ya más de quinientas?

Por cierto que el gorrión no es un pájaro muy agradable que digamos; su plumaje es incoloro y feo, su canto carece de melodía y algunas personas lo acusan de ladrón y de inmoral, lo que me resisto a creer. No tampoco que las babosas hayan pasado alguna vez por animalitos poéticos, y sin embargo, desde el instante de que acabo de hablar tengo locura por gorriones y babosas.

Y, ocurriéndosele, ¿qué habría pensado de esos rastros que las babosas dejan sobre las flores si no se madruga a recogerlas?... ¡Oh, qué diabólica idea se enredó con esta otra, de repente, y penetró en mi discurso, como ladrón artero en casa mal cerrada! ¡Cómo se revolvía entre las demás, y rebuscaba los escondrijos para saquearme el repuesto y hacerse dueña y señora de mi juicio!... Y ¡qué recio voceaba, allá dentro, muy adentro!... Y ¡qué afanes los míos para acallar sus voces, como si temiera que las ondas del aire las llevaran hasta él! ¡Desdichada de si las oía, o el diablo le inspiraba igual idea!

Hecho de un crespón que databa de la muerte del señor de Lavalle, tenía el aspecto de una galleta elegida por las babosas para teatro de sus correrías. Evidentemente me afeaba, y como tal idea no era soportable, me lo quité de la cabeza, hice de él un envoltijo y me lo eché al bolsillo, cuya amplitud y profundidad hacían honor al talento práctico de Susana.

Dos horas antes, un chaparrón había refrescado la atmósfera y regado las flores del cura. Entreteníase él en buscar babosas, mientras que yo, bajo la influencia de dulces pensamientos, apoyaba mi frente contra el muro y me dejaba arrebatar por risueñas esperanzas.

¡Oh, qué dulce nombre! , éramos novios y guardamos silencio, mientras que el cura lloraba de alegría. Aturdían con sus cantos los gorriones y se escapaban las babosas de la prisión en que las había puesto el cura.