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¡Que el Cielo le ayude! dijo Blasillo tendiéndole la mano. Pero el judío dio un salto hacia atrás. Es verdad, no me acordaba dijo el joven . Adiós, maestro, hasta la vista. Hasta la vista... Tendría que ser mañana... porque antes de tres días su madre de usted ya no tendrá hijo.

Aconsejéles que ninguno volviese a tierra, por quitar la ocasión de que el llanto de las mujeres y el de los queridos hijos no fuese parte para dejar de poner en efeto resolución tan gallarda. Todos lo hicieron así, y desde allí se despidieron con la imaginación de sus padres, hijos y mujeres. ¡Caso extraño, y que ha menester que la cortesía ayude a darle crédito!

El fraile se sentó al lado del gitano, que le miraba con una singular expresión de desprecio y de ironía; y, habiendo suspirado muchas veces, se expresó como sigue, con una vocecita agria y chillona que contrastaba con la enorme mole de su cuerpo: Que el Cielo le ayude, hermano. Diga más bien el diablo, hermano. ¿Se obstina usted, pues, en morir en la impenitencia? .

Luego la alzó y continuó: A poco de haber nacido esa infeliz, dos voces: una débil dolorida, llorosa; otra, áspera, imperativa, brutal. Es una niña dijo el hombre. ¡Oh! exclamó la mujer llorando , ¿y no tener quien me ayude? ¡no tener un mal trapo en que envolver á este ángel! ¿Y para qué? dijo el hombre ; voy á envolverla en mi capa y á llevarla á la puerta de un convento.

CHANFALLA. Eso en buen hora, y veisla aquí a de vuelve, y hace de señas a su bailador a que de nuevo la ayude. SOBRINO. Por no quedará, por cierto. BENITO. Eso , sobrino, cánsala, cánsala; vueltas y más vueltas; ¡vive Dios, que es un azogue la muchacha! ¡Al hoyo, al hoyo! ¡A ello, a ello! FURRIER. ¿Está loca esta gente? ¿Qué diablos de doncella es ésta y qué baile y qué Tontonelo?

Usted no debe presentarse en la calle de San Cristófano, porque en el acto notarían su aparición. Déjeme todo el asunto a solo, signore. Voy a tomar una persona que me ayude, y espero que los dos podremos, antes de mucho tiempo, encontrar a este misterioso individuo y seguirle la pista.

No me acuerdo bien de una cosa. Ayude usted mi memoria. ¿Es cierto o no que en el Tomelloso nos tuteábamos?». Capítulo II La Sanguijuelera La que llamaremos todavía, por respeto a la rutina, hija de Rufete, tenía la costumbre de representarse en su imaginación, de una manera muy viva, los acontecimientos antes que fueran efectivos.

Mañana son los funerales. ¡Que la sabiduría de Confucio, inspirándole, ayude a emigrar su alma! Y el buen sujeto, levantándose, se quitó respetuosamente el sombrero, y salió, con el paraguas debajo del brazo. Entonces, al sentir cerrar la puerta, me pareció despertar de una pesadilla. Salté al corredor.

De pronto, como si se le ocurriese una idea súbita, exclamó: ¡Amigos míos, armad vuestras carabinas!... ¡Fuego sobre ese tabique! Lo que había decidido sobre todo a Santiago a esta maniobra, es que encontrándose necesariamente detrás de su tropa, se vería libre del primer choque de la salida que podrían intentar los sitiados. ¡Fuego! ¡y que el Cielo nos ayude! repitió empujando a su pelotón.

Cuando hayamos cambiado de disposición le largaremos una andanada. ¡Que Dios me ayude!... el levante cede... ¡Ah! ¡por la Virgen! ¡será una hermosa fiesta para el pueblo de Cádiz verte entrar con hierros en las manos y en los pies, con tu tripulación de demonios, perro maldito! decía el honrado Massareo mostrando el puño a la tartana desamparada, silenciosa y sombría, que se balanceaba al movimiento de las olas.