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... Ayer me dijeron lo que había pasado por la mañana en tu casa. Los dos guardaron silencio. Se habían arrimado á la paredilla, el uno al lado del otro. Demetria arrancó un retoño verde de la zarza y lo deshizo entre los dedos con la mirada fija en el suelo. Nolo con los ojos abatidos igualmente daba golpecitos con su nudoso garrote sobre las piedras del camino.

Un poco de harina amasada y tostada ayer por el ama de D. Miguel se trasformó por arte mágico en la persona de Jesucristo, un ser que desapareció de entre los vivos hace diez y nueve siglos. ¿Esas leyes soberanas, sublimes de la Naturaleza, quedarán violadas porque unos cuantos insectos de este microscópico planeta reunidos en concilio lo decreten?

¡! decía Juana ; como la media libra de tocino que te robó de entre las manos el otro día ese mismo demonio de animal! ¡Como el pollo que me sacó de la tartera antes de ayer el gato del enterrador! ¡Como el grano que se zamparon ayer en el desván las gallinas del vecino! ¡Como tantas otras cosas que se nos van por arte del demonio!

Lacante está muy en peligro. La gota amenaza subir al corazón y vivimos en una perpetua alarma. Ayer me hizo llamar y me dijo: No se engañe usted, amigo mío, sobre lo que voy a pedirle, pues no es nada que pueda restringir su libertad ni un modo indirecto de encadenarlo.

La miro a usted porque me gusta mirarla... Anoche y anteanoche, y todos los días desde aquel en que hablamos, la tengo a usted metidita dentro de mis ojos, la veo cuando duermo y cuando no duermo. Ayer, cuando me pasó lo que me pasó, dije: «No tengo sosiego hasta que no se lo cuente a la señora».

Este, pensando que era una recriminación, se apresuró a contestar: Yo no pensé que tu padre llevase las cosas a tal extremo... Me han dicho que por poco te mata ayer... No haga caso: me pegó algo más que otras veces. Y después de una pausa añadió con amargura: ¡Ojalá me hubiese matado! ¿Quisieras morir? preguntó él conmovido. repuso ella firmemente.

Paquito decía ayer que Napoleón no hubiera sido nada sin Josefina.

Ayer fui a Changrenon a hacer una visita a madame Rambuteau, en compañía de la cual se encuentran actualmente M. de Narbonne, su padre, su marido y su hermana. He hablado con él, y parece persona muy amable; dicen que goza de la consideración del Emperador. Se habla de él para el ministerio de Relaciones Exteriores.

Cuando don Simón se hubo penetrado de esta ya vieja teoría parlamentaria, se dió a los demonios, y hasta se atrevió a decir iracundo a algunos desertores: Pero ¿qué patriotismo es ése? ¡Ayer apoyando al Gobierno, como al mejor de los posibles, y hoy combatiéndole por una nimiedad!

Cuando no estás a mi lado, y pienso en alguien que pueda agradar tus ojos u ocupar tu pensamiento, creémelo, Juan; ¡ni lo que veo, ni qué es lo que me posee, pero me das horror, Juan y te aborrezco entonces, y odio tus mismas cualidades, y te las echo en cara, como ayer, para ver si llegas a odiarlas, y a no ser tan bueno, y si así no te quieren! Eso es, Juan, no es más que eso.