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Los nombres de los poetas dramáticos restantes, de la época de Felipe IV y Carlos II, más conocidos, son los siguientes: Sebastián de Villaviciosa. Francisco de Avellaneda. Fernando de Avila. Carlos de Arellano. Juan de Ayala. Manuel Freire de Andrade. García Aznar Vélez. Francisco González de Bustos. Andrés de Baeza. José de Bolea. Salvador de la Cueva. Antonio de la Cueva. Juan de la Calle.

En cuanto al objeto de los tumultos de la plebe contra los judios, está declarado en la crónica que de Enrique III dejó compuesta el insigne caballero Pero Lopez de Ayala, según se verá por las siguientes palabras: E todo esto fué cobdicia de robar, mas que devocion.

En las dos obras principales de la historia de Pedro el Cruel, Historia del rey D. Pedro y su descendencia, por Gratia Dei, y la Chrónica del rey D. Pedro, de López de Ayala, no se encuentra dato alguno histórico en que pueda fundarse el argumento de este drama. Ayala sólo habla de la pasión desenfrenada de Don Enrique por el bello sexo. Val.

Que fuese literaria no tenía ninguna, al contrario, le parecía que en ese concepto podía competir con las mejores de Ayala... pero teatral... realmente teatral... eso ya era otra cosa. ¿Qué diferencia es esa, D. Jerónimo?... No entiendo... Pues se la explicaré a V., pollo. Llamamos entre bastidores, teatrales a las obras buenas y literarias a las malas. ¡Ah!

Pero no soltaré la cansada pluma sin recordar unos versos que el insigne poeta, mi amigo D. Adelardo López de Ayala, pone en boca de D. Rodrigo Calderón, y que repetí muchas veces al alejarme de Yuste: «¡Nunca el dueño del mundo Carlos quinto Hubiera reducido su persona De una celda al humilde apartamiento, Si no hubiera tenido una corona Que arrojar á las puertas del convento

En el pueblo decían que tenía talento, y que si publicase en Madrid los versos que había insertado en El Eco del Tajo, hablarían de él como de Núñez de Arce y Grilo: no sabía si esto era cierto, pero sentía su corazón lleno de nobles propósitos, y amaba al teatro más que a las niñas de sus ojos. ¿Llegaría a ser un Ayala o un Tamayo? ¿Sería rechazado por el público?

Hombre tan serio como Palomino habla de un religioso de una santa cartuja a quien hubieron de quitar de la celda una imagen de María Santísima, de suma perfección, porque su mucha hermosura le provocaba a deshonestidad; y el P. Interian de Ayala exclama indignado: «Porque ¿a qué viene el pintar a la Virgen, maestra y dechado de todas las vírgenes, descubierta la cabeza? ¿A qué el cabello rubio esparcido y tendido por el blanco cuello? ¿A qué sin tapar decentemente aquellos pechos que mamó el Criador del mundo? ¿A qué, finalmente el pintar sus pies o totalmente desnudos o cubiertos con poca decencia?» . De modo que hasta la Concepción de Murillo, acaso la expresión más poética del arte católico, vino a ser sospechosa.

A Hormesinda sucedió Guzmán el Bueno, otra tragedia del mismo autor. Pronto emprendieron la misma senda diversos poetas: José Cadalso con su Sancho García, en la cual se imitan los alejandrinos con rimas pareadas de yámbicos de cinco pies; Gaspar Melchor de Jovellanos con su Munuza, de igual asunto que la Hormesinda, é Ignacio López de Ayala con su Numancia destruída.

El agua del Tajo es la mesma, sus lodos no han cambiado, el fuego es siempre el fuego, y en punto a lo que habría que hacer todos lo saben. Lo que se ha perdido es la honra. Hoy todo es interese y malicia. Fuera de uno que otro como Ayala o Jusepe de la Hera, ya no buscan sino hacer pronto y llenar la alcancía.

Decían sus primas por lo bajo que era muy orgullosa, y su padre el decimocuarto de los Porreños, aseguraba que no había príncipe ni duque que fuera digno de aquella flor. Estuvo arreglado su casamiento con un joven de la ilustre casa de Gaytán de Ayala; pero aconteció que el tal no gustó de Juno, y la boda fué un sueño.