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Y para escarmiento de aquellos infieles vasallos se dispuso tambien que D. Gabriel de Aviles saliese la misma noche á la cabeza de un destacamento bien reforzado, con la órden de que al amanecer el siguiente dia, se hallase en la falda de una montaña en que se habian situado para rodearla, y tratarlos con todo el rigor de las armas, como efectivamente lo egecutó, matando mas de 100 y quitándoles muchas mulas, caballos y lanzas, sin haber perdido un hombre de nuestra parte, ni haber sido posible acabar con ellos porque huyeron precipitadamente por caminos tan ásperos y pantanosos, que era inutil seguirlos para alcanzarlos.

Avilés había llegado al Perú en la época del virrey Amat; y cuando estalló en 1780 la famosa revolución de Tupac-Amaru fué mandado con tropas para sofocarla. Excesivo fué el rigor que empleó Avilés en esa campaña. Durante su gobierno se erigió el obispado de Maynas y se incorporó Guayaquil al virreinato.

En 1804 interesábase la ciudad porque el virrey dictase cierta providencia; mas él, creyendo que la cosa no era hacedera o que no entraba en sus atribuciones, decidió consultar al monarca. El pueblo, que lo ignoraba, se echó a murmurar sin embozo, y en la puerta de palacio apareció este pasquín: ¡Avilés! ¡Avilés! ¿Qué haces que por la ciudad no ves?

Tratando de dar cumplimiento a una real orden sobre desamortización de bienes eclesiásticos, tropezó Avilés con serias resistencias, que el prudente virrey calmó dando largas al asunto y enviando consultas y memoriales a la corona. No fué ésta la primera vez en que el virrey apeló al expediente de dar tiempo al tiempo para libertarse de compromisos.

Los reos debían colocarse en otro cadalso más angosto, pero de igual altura, que abarcaba el costado meridional. Conturbado hasta el fondo del alma por la solemne expectativa, el joven avilés pasaba sobre las cosas una mirada atónita y somera.

Luego, cuando la estruendosa caída del privado, y aun después de la fuga, el caballero avilés, fiel a sus principios de lealtad, fue quizás el único palaciego que osara defenderle. Esto bastó. Una consigna sigilosa bajó de lo alto. Se le hizo sufrir toda suerte de humillaciones, se le postergó en las ceremonias, se le vejó ante las damas, sus memoriales fueron a dar a los braseros.

El primero dispuso pasase al Cuzco el Visitador General, D. José Antonio Areche, con el mando absoluto de hacienda y guerra, nombrando tambien al Mariscal de Campo, D. José del Valle, Inspector de las tropas de aquel vireinato, al Coronel de Dragones, D. Gabriel de Aviles, y otros oficiales, para que tomasen el mando y direccion de las armas que habian de obrar contra los rebeldes; y el segundo confirmó la eleccion que habia hecho el Presidente de Charcas, del Teniente Coronel D. Ignacio Flores, Gobernador que era de Moxos, declarándole Comandante General de aquellas provincias, y demas que estuviesen alteradas en la jurisdiccion de su mando, con inhibicion de la Real Audiencia de la Plata, concediéndole muchas y amplias facultades, para obrar libremente.

Manso de Velazco, Amat, Jáuregui, O'Higgins y Avilés, después de haber gobernado en Chile, vinieron a ser virreyes del Perú.

Salió en su seguimiento á las 11-1/2 de la noche el coronel de dragones, D. Gabriel de Aviles, con un destacamento de 200 hombres, pero fueron inutiles sus diligencias, y retrocedió confirmando habian dormido los rebeldes principales en el mismo paraje indicado, y que sin la menor duda hubieran sido arrestados si los hubiese perseguido la columna de Paruro como debia.

Porque les da la gana respondió el minero secamente. La verdad que él mismo no sabía el origen mitológico de su mote. Su padre, que era guarda de herramientas en la mina de Arnao, cerca de Avilés, tenía en el fondo de ella una caseta de madera donde solía dormir. Allí sorprendieron los dolores de parto á su madre y allí le echó al mundo. Mr.