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¿Por qué llora usted, Rosa?... ¿Tengo yo la culpa? No, señor contestó en tono colérico. ¿Entonces? ¡Este padre, que no tiene más gusto que avergonzarme! Desde aquel día Andrés acudió a casa de Rosa. Iba de ordinario por las tardes, después de comer, y se volvía a la rectoral al toque de oración. A veces también por la mañana le guiaban a ella el deseo y los pies.

Ya reconocerá que su mujer no ha de estar siempre metida en casa. Cuando se casó con una criatura como , se haría cargo de todo esto. No le cogerá de susto. ..., es verdad... dijo doña Beatriz ; pero Braulio tiene razones poderosas. ¿Por qué he de avergonzarme de decírtelas? Somos pobres... ¿Cómo gastar en trajes?... ¿Y para qué esos trajes?

La tomé en mis brazos y le supliqué con palabras que no puedo reproducir aquí, que me siguiera, que desafiase al mundo entero a arrancarla de mis brazos. Y por algún tiempo me escuchó, sorprendida y dominada. Pero cuando me miró empecé a avergonzarme de mi conducta, me faltó la voz, balbuceé algunas palabras y por fin guardé silencio.

Penetré allí hacia media noche por una ventana un poco alta y de un acceso bastante difícil a cuyo alrededor había, lo recuerdo, algunos bejucos y jazmines y clemátides que esparcían por la noche un olor exquisito, no si fue aquel olor un poco capitoso, o la impresión nueva para de aquella habitación personal... pero debo confesaros que aquella noche estaba menos resignado que nunca a los, escrúpulos inhumanos que se me oponían... Aquélla fue una escena dolorosa que no recuerdo sin avergonzarme...

Es vivir yo en esta casa sin tener que avergonzarme; dormir por la noche sin miedo a ver en la obscuridad los ojos de nuestro padre que me preguntan, por qué permanece una mujer perdida bajo el mismo techo que se conquistaron los Luna con siglos de servicios a la iglesia de Dios; es evitar que la gente se ría de nuestra familia.... Que digan en buena hora: «Esos Luna, ¡qué desgraciados son!», pero que no digan nunca que los Luna son una familia falta de vergüenza.

El señor Infanzón dio un pellizco a su mujer; se puso muy colorado y en voz baja la reprendió de esta suerte: Siempre has de avergonzarme. ¿No ves que eso no tiene... pátina? Salieron de la sacristía. Por aquí dijo Bermúdez señalando a la derecha; y atravesaron el crucero no sin escándalo de algunas beatas que interrumpieron sus oraciones para descoser y recortar la coraza de fuego de Obdulia.

María arrugó imperceptiblemente el ceño, y se volvió a con risueña sorpresa: ¡Pero supongo que no tendría deseo de visitarnos! Aunque el tono de la exclamción no pedía respuesta, María quedó un instante en suspenso, como si la esperara. Vi que Vezzera me devoraba con los ojos. Aunque deba avergonzarme eternamente repuse confieso que hay algo de verdad... ¿No es verdad? se rió ella.

¡Mamá, qué colorada estás! le dice Venturita, su hija menor, pugnando para no reir. La madre la mira con expresión de angustia. Calla, Ventura, calla. dice Cecilia. Doña Paula, animada con estas palabras, murmura: Esta chiquilla no goza sino en avergonzarme. Y estuvo a punto de enternecerse y llorar.