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Cada día estoy más satisfecho de tenerla en mi casa manifestó al cabo con su antigua superioridad. Y si continúa portándose tan bien como hasta aquí, es casi seguro que al fin me casaré con ella... Avergonzado de su baladronada, pronunció las últimas palabras rápida y confusamente.

Allí la tiene usted... ¿No ve aquella moza del pañuelo blanco que limpia la ropa a un chico?... Esa es. El joven se dirigió a ella, y un poco avergonzado le contó cómo su prima Rosa había huido de casa, a consecuencia de una paliza que el padre la había dado, y que se hallaba escondida en el establo del tío Indalecio esperando que la subiesen alguna ropa, pues estaba medio desnuda.

Pero cuéntame, Pepe ¿qué te pasa? ¡Judith!... gimió el millonario. Ya sabes quién digo... Y vacilaba antes de seguir hablando, como avergonzado de revelar su tristeza. , Judith dijo Aresti animándolo para que hablase. Aquella francesa, ó judía, ó lo que sea, de la que me hablaste con entusiasmo... la madre de aquel niño tan hermoso... el hijo del amor.

Volvió a quitarse el sombrero, y fué ella misma a colocarlo sobre la cama. Cuando se está tan enamorado como yo replicó el joven un poco avergonzado , no puede llamarse nada humillación.

Exploró la calle con una mirada hostil... «¡NadieSu deseo era encontrarse con los enemigos de que hablaba aquella mujer, para desahogar la cólera que sentía contra mismo. Estaba avergonzado y furioso por su pasajera debilidad, que casi le había hecho reanudar la antigua existencia. En los días sucesivos se acordó repetidas veces de la banda de refugiados que obedecía á la doctora.

CLEOPATRA. Pero el sitio no es nada bonito. CLEOPATRA. Claro, montañas, hondonadas... En suma, una cosa estúpida. Esta piedra tan grande, por ejemplo, ¿qué hace aquí? ¡Quitadla! CLEOPATRA. ¡Y luego esos árboles! No, esto es muy feo. Me ahogo aquí. Vos mismo estáis avergonzado, no podéis negarlo. Pero me parece que debo daros una respuesta. ESCIPIÓN. ¿Una respuesta?

Pero se detuvo, algo avergonzado, no sabiendo cómo terminar su frase sin ironía, y agregó con voz diferente, de arrepentimiento: Deme, al menos, la pobre satisfacción de hacerme creer que le sirvo para algo. María Teresa calló, convencida de que cuanto dijera en adelante, sería para Juan motivo de tristeza. ¿Jaime le acompañará, sin duda? interrogó el joven.

El marqués quería acompañarla en su carrera, pero ella se opuso. No; prefería a Gallardo, que era un torero. ¿Dónde estaba Gallardo? El matador, todavía avergonzado de su torpeza, púsose al lado de la dama sin decir palabra. Salieron los dos al galope hacia el núcleo de la torada.

¿Qué? ¿Estás triste porque no comemos juntos? Mario sonrió avergonzado. Bien, pues volvámonos. Pero nada más que hoy, ¿sabes? La alegría entró de nuevo como un torrente en el alma de nuestro joven. Volvieron sobre sus pasos, entraron en el restaurant y pidieron un gabinete. ¡Qué hermosas y puras emociones experimentaron en aquella comida! Mario parecía un colegial escapado.

Avergonzado por ellos de mi insignificancia, he vacilado, durante algunos días, en dar á la estampa este escrito.