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Ni uno ni otro habían despegado los labios. Manolo iba avergonzado y pesaroso, temiendo las consecuencias que de aquel paso precipitado podían resultar. Soledad, emboscada en sus pensamientos sombríos, sin atender más que al egoísmo de su pasión, ni miraba á su compañero ni se daba cuenta siquiera de que iba á su lado. Era una noche desapacible de invierno. El cielo estaba nublado.

¡Anda con él, hijo! ¡Chúpale la sangre! ¡Arrástrale por las melenas! Tristán se sintió un poco avergonzado. No te imagines que éstos son solamente desahogos de café. Antes de muchos días pienso publicar un estudio sobre Rojas y se sabrá lo que ahora pienso de su poesía anodina. No harás bien dijo fríamente Núñez. ¿Por qué?

Rafael no sabía qué decir. Le turbaba la sonrisa irónica y fría de su antigua amante; sentíase avergonzado por el recuerdo de su brutal despedida. Quería hablar, y sin embargo, no sabía qué decir; le pesaba aquel usted ceremonioso con que se habían tratado al subir al coche. Por fin se atrevió a decir tímidamente, hablando en tercera persona: Encontrarnos aquí, ¡qué sorpresa!

¡Eh! ¿Qué es esto, Rafael?... ¿Qué atrevimientos se permite usted? Y con sólo un impulso de sus soberbios brazos envió al tembloroso joven contra el naranjo, haciéndole vacilar sobre sus pies. Quedó el joven cabizbajo y como avergonzado. Ya ve usted que soy fuerte dijo Leonora con voz algo temblona por la ira. Nada de juegos o saldrá usted perdiendo.

Rafael miraba avergonzado al suelo; tenía miedo de verla, miedo de contemplarse con las ropas en desorden, sucio de tierra, batido y golpeado como un ladrón al que sorprende un amo fuerte. Oyó la voz de Leonora, hablándole con la despreciativa familiaridad que se usa con los miserables. ¡Vete! Levantó los ojos y vio los de Leonora irritados y altivos, fijos en él.

La nueva aventura amorosa de Clementina se desenvolvía de un modo tan pueril como grato para ella. Después de aquella inoportuna vuelta de cabeza, que tanto la había avergonzado, se guardó bien, durante algunos días, de mirar hacia atrás, aunque el saludo que enviaba a Raimundo fuese cada vez más expresivo y afectuoso.

Aunque algo avergonzado a causa de la risa que a Miguel le acometió, no tardó en reponerse y manifestarle cómo se estaba ensayando en los cambios, salidas y cuarteos, pues era uno de los banderilleros que el domingo debían trabajar en los Campos. Pero esa silla me parece que se debe aplomar algo en la suerte de palos dijo Miguel. Chico, no tengo otra cosa.

Desde que se sentaron a la mesa, la transformación que acababa de operar en su rostro había llamado la atención de todos, hasta de su padre, que no se dignaba reparar sino en muy contadas cosas: habíale dirigido durante el almuerzo cuatro o cinco miradas largas y escrutadoras, y él, por no soportarlas, bajaba la vista y se hacía el distraído; estaba avergonzado, y hubiera dado cualquier cosa por ponerse de nuevo los pelos que se había quitado.

Blandía con furor la sombrilla cual si fuese la lanza de las hijas de Wotan, y varias veces apuntó con ella a los ojos de Rafael como si quisiera sacárselos. El joven parecía abatido por su esfuerzo, avergonzado de su brutalidad, inerte en el suelo, sin protesta, como si deseara no levantarse jamás; morir bajo aquel pie que le asfixiaba iracundo.

19 Hijitos míos, que vuelvo otra vez a estar de parto de vosotros, hasta que Cristo sea formado en vosotros; 20 querría cierto estar ahora con vosotros, y mudar mi voz; porque estoy avergonzado de vosotros. 21 Decidme, los que queréis estar bajo la ley, ¿no habéis oído la ley? 22 Porque escrito está que Abraham tuvo dos hijos; uno de la sierva, el otro de la libre.