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Resulta, pues, que, á pesar de que vivimos ya en la edad de la razón y se supone que la de la fe ha pasado, no hay mujer bermejina que se aventure á subir á los desvanes de la casa de los Mendozas sin bajar gritando y afirmando á veces que ha visto al Comendador, y apenas hay hombre que suba solo á dichos desvanes sin hacer un grande esfuerzo de voluntad para vencer ó disimular el miedo.

El deseo de ir en su ayuda me ahogaba; pero no me atrevía a acercármele y echarle los brazos al cuello para consolarla. Cuando estuve en cama, la necesidad de brindarle mi ternura se apoderó de con nuevas fuerzas: me levanté, y en camisa, como estaba, me aventuré por el corredor obscuro. Permanecí largo rato delante de su puerta, temblando de frío y de miedo, con la mano sobre el botón.

Saludé primero efusivamente a Isabel, porque la actitud de Gloria me imponía. Luego me aventuré a dar la mano a ésta, que me alargó la suya con marcada frialdad, mirando hacia otro lado. Isabel me hizo una mueca para indicarme que no tuviese miedo. Pareciome lo más prudente observar una conducta reservada, digna, esperando los acontecimientos, y me retiré hacia otra parte.

Yo, viendo alborotada toda la gente de casa, me aventuré a salir, ora fuese visto o no, con determinación que si me viesen, de hacer un desatino tal, que todo el mundo viniera a entender la justa indignación de mi pecho en el castigo del falso don Fernando, y aun en el mudable de la desmayada traidora.

Se está un hombre ahogando, se está otro quemando vivo en una casa incendiada, y, dicho sea en honra de la humanidad, rara vez falta quien por salvarle se aventure, se arroje a las ondas embravecidas o a las llamas. Sin embargo, el héroe salvador quizás ha rehusado algunos días antes dar una limosna de dos reales a la persona salvada ahora tan generosamente.

A pesar de lo espacioso del puerto de Apra, desde luego aconsejamos al navegante, no se aventure en sus aguas sin llevar práctico, pues la situación del anclaje por razón de los abrigos que preserven en lo que cabe los fuertes temporales de Oeste á Noroeste, á cuyos cuadrantes tiene pocos resguardos el puerto, y el sinnúmero de escollos que se extienden desde el sitio denominado la Caldera, á la playa, son innumerables.

Aquí todo pensamiento independiente, toda palabra que no sea un eco de la voluntad del poderoso, se califica de filibusterismo y usted sabe muy bien lo que esto significa. ¡Loco el que por darse gusto de decir en voz alta lo que piensa, se aventure á sufrir persecuciones!

Creo que cualquiera mujer haría lo mismo en mi caso. ¿Qué ganaba con revelar estas cosas tan sucias? Sólo cuando vi mi honra por los suelos, sólo cuando llegó a mis oídos lo que se decía en Peñascosa, me aventuré a confesarlo a mi padre. Por mandato de éste me encuentro aquí, que de otro modo tampoco hubiera venido.

Tenerla con usted es difícil me aventuré a decir tímidamente. ¡Imposible!... Completamente imposible. Polidora tiene preciosas cualidades y es un ama de gobierno agradable para un solterón... pero eso de dirigir y acompañar a una señorita, no creo que sea su negocio... No, por cierto dije con convicción.

Temía yo ser visto de Amaranta; pero como ésta y su tía habíanse adelantado y estaban ya arriba, me aventuré a seguir al diplomático, que subió detrás de todos con Inés, sosteniéndola por la cintura. Delante iban los criados con hachas, detrás yo solo. Inés se envolvía con un gran manto, chal o cabriolé que tenía larguísimos flecos en sus orillas.