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La afición siempre creciente del pueblo al teatro; el número de cómicos, mayor cada día, y diversos abusos que se habían introducido en las representaciones, como ciertos bailes licenciosos y cantares obscenos, llamaron en 1586 la atención de las autoridades, y suscitaron dudas acerca de la conveniencia de estos espectáculos.

Cuando después de grandes tribulaciones por mar y por tierra llegaron a países sometidos a las autoridades castellanas, Talavera y sus hombres fueron ahorcados y don Alonso se vio envuelto en procesos que amargaron sus últimos tiempos. La gobernación de Urabá, que le había dado el rey, ya no existía.

Este ejemplo excitó á las autoridades de Madrid á levantar nuevos edificios de igual clase en los sitios, en donde existían los dos corrales de la Cruz y del Príncipe.

La vida de aquella gente era en extremo aflictiva y como si no fuera poco lo que los dueños en ellos ejecutaban, las autoridades cuidaban muy altamente de refrenar en todo cualquiera de sus expansiones.

¿Cómo van ustedes á ir á la Nueva-Caledonia? En un yate que fletaremos. Nos conviene tener á nuestra disposición los medios más perfectos y más rápidos. ¿Se presentarán ustedes á las autoridades coloniales? , como viajeros. ¡Ah! dijo el magistrado, que se puso pensativo. Es una de las cosas más extraordinarias que he visto hace mucho tiempo.

Allí estaba por su voluntad y allí se quedaba... Por fin, las autoridades habían exhumado uno de los muchos procesos que tenía pendientes por sus propagandas de rebelde social, y un juez le llamó a Madrid, emprendiendo don Fernando el viaje a viva fuerza, acompañado de la guardia civil, como si su destino fuese viajar siempre entre una pareja de fusiles.

Las autoridades no se atrevían a declararse abiertamente contra el magnate, y dieron tiempo al tiempo, que a la postre todo lo calma. Pero la gente de iglesia y el pueblo declararon excomulgado al orgulloso almirante.

A Tucumán vino con este encargo el general La Madrid que, impaciente por obtener los reclutas y elementos necesarios para levantar su regimiento, no trepidó mucho en derrocar aquellas autoridades morosas y subir él al Gobierno a fin de expedir los decretos convenientes al efecto. Este acto subversivo ponía al Gobierno de Buenos Aires en una posición delicada.

Punto como lo era el paseo del Arenal de amplitud y gran concurrencia, cuando los días de la invasión francesa, lo escogieron las autoridades imperiales para llevar á cabo no pocos espectáculos públicos, con los que procuraban distraer al pueblo.

Pero su holgazanería le vedaba siempre entrar en faenas duras, y sólo se ocupaba de cuidar el almacén de equipajes y encargos. En destino tan poco brillante aguardaba el imaginario triunfo de aquellos buenos señores del club, tan sabios, según él, o la señal de armar camorra a las autoridades.