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A decir verdad, a pesar de todo mi patriotismo y de mi amistad hacia el Padre García, me repugnaba permanecer en España. Dicen algunos autores que las mujeres como yo suelen tener nostalgia del fango. No qué quieren decir con esto; pero si es lo que yo entiendo, declaro que no he tenido jamás semejante nostalgia.

Pero ¿qué tiene que ver la oportunidad con un arte exquisito y profundo recién inventado, con hacer sentir con nuestras novelas oportunas a los hombres de nuestra época más hondamente que lo que con otras novelas oportunas hicieron sentir otros autores al público de los pasados siglos en que ellos vivieron? Esta es la farsa que yo no admito y de la que se deja seducir el Sr. Reyles.

En varias novelas de malos y de buenos autores había visto Isidora caprichos semejantes, y también en una célebre zarzuela y en una ópera.

Pero los verdaderos, los únicos poetas, eran los venerados por ellos; y con los ojos en blanco, trémulos de admiración, citaban nombres y nombres, de cuya obscuridad y escasa obra hacían el principal mérito, colocándolos por encima de los autores célebres que se envilecen buscando el ser comprendidos por todo el mundo, por el miserable pueblo y la repugnante burguesía.

Donde éstas se pagan bien, por lo rico y más próspero del pueblo para quien se escriben, hay que lamentar hoy cierta plétora. Así en Inglaterra. Tauchnitz, editor de Leipzig, hace una edición de autores ingleses, contemporáneos los más. Es de presumir que sólo publica lo mejor. Su biblioteca o colección, no obstante, consta ya de mucho más de mil volúmenes.

Cumpliendo con estas condiciones tenemos ya bastantes novelas, y cada día aparecen nuevas y compuestas por nuevos autores.

Lo que algunos dicen de la anacardina es fábula y hablilla que se ha quedado de los Árabes, gente crédula y supersticiosa. Resta ahora explicar los desórdenes que acompañan á una gran memoria quando está junta con poco juicio, y mostrar quán poco estimables son los Autores en quien resplandece solamente aquella potencia.

Los españoles son más aficionados al tumulto del espectáculo público que a la soledad y al retiro, y más se avienen con emplear los oídos en escuchar, que los ojos en leer las creaciones del ingenio, por donde éste suele mostrarse, mejor que en el libro, en el teatro y en la tribuna. De aquí que nuestra Academia elija gran parte de sus individuos entre los autores dramáticos y los oradores.

Si se conservan en concurrencia con las primeras, tanto mejor para sus autores; pero si se ven obligadas á ceder, la emulación excitará á aquellos á trabajar con más ahinco, y á aprender, de sus derrotas, que únicamente lo mejor y más selecto es lo que encuentra aceptación y aplauso.

Examinando atentamente y con algo de mala intención las obras de nuestros novelistas, no es difícil sorprender en ellas inseguridades de desarrollo, titubeos y frivolidades de concepto, que atestiguan cuán menguado ó somero es el lastre científico de sus autores. ¿Y cómo no, cuando para muchos de ellos, todo, en literatura, es cuestión de forma?...