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Desnoyers gozó una voluptuosidad casi olvidada la del movimiento en un vasto espacio al pasear haciendo crujir bajo sus pies los granos de arena. Durante veinte días, sus paseos habían sido sobre tablas, siguiendo con el automatismo de un caballo de picadero la pista ovoidal de la cubierta de un buque.

Todo género de meditación desinteresada, de contemplación ideal, de tregua íntima, en la que los diarios afanes por la utilidad cedan transitoriamente su imperio a una mirada noble y serena tendida de lo alto de la razón sobre las cosas, permanece ignorado, en el estado actual de las sociedades humanas, para millones de almas civilizadas y cultas, a quienes la influencia de la educación o la costumbre reduce al automatismo de una actividad, en definitiva, material.

Güenos días nos Dió, señó Juan dijo con la grave cortesía del campesino andaluz. Güenos días. ¿La familia güena, señó Juan? Güena, grasias. ¿Y la de usté? preguntó el espada, con el automatismo de la costumbre. Creo que güena también. Hase tiempo que no la veo.

Tendió las manos, por el automatismo de la costumbre, sobre un brasero monumental de plata que estaba vacío, y contempló fijamente a Jaime con sus ojillos grises de mirada aguda, habituados a infundir miedo. Esta mirada autoritaria fue humanizándose, hasta temblar con una lacrimosidad de emoción. Cerca de diez años que no veía a su sobrino. Eres un Febrer de lo más puro.

Allí la encontró una mañana, cerca de mediodía. Había estado en su buque, y al volver entró en el museo oceánico, por el automatismo de la costumbre, seguro de que á esta hora sólo podía tropezarse con el empleado que daba de comer á los peces.

También le irritó el automatismo de aquellos soldados, que indudablemente le habían entendido; pero eran incapaces de oír mientras no oyese su jefe. Quiso lanzar por segunda vez el insulto, pero no pudo. Alguien le tiraba del brazo; una cara se pegaba á la suya, hundiendo en sus ojos una mirada de espanto. ¡Pierrefonds! ¡Amigo mío! ¿Está usted loco? ¡Por Dios, cállese!

Los hombres armados se esparcieron por las habitaciones en busca de enemigos. Metían las bayonetas debajo de camas y divanes. Otros, con un automatismo destructor, atravesaron los cortinajes y las ricas cubiertas de los lechos.

Los soldados grises y rígidos, que habían ignorado hasta entonces la existencia de don Marcelo, le seguían con interés viéndole en amistosa conversación con un oficial del Estado Mayor. Adivinó que estos hombres iban á humanizarse para él, perdiendo su automatismo inexorable y agresivo. Al entrar en el edificio, algo se contrajo en su pecho con estremecimientos de angustia.

Se acordaba poco de Dios y blasfemaba de él en los momentos difíciles, con el automatismo de la costumbre; pero ahora era otra cosa: iba a darle gracias a la Santísima Macarena, y penetró en el templo con aire compungido. Todos entraron, menos el Nacional, que abandonó a su mujer y a la prole, quedándose en la plazoleta.