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De usted depende que le diga adiós o hasta la vistaAquella despedida trivial, de una sequedad perfecta, me causó el efecto de un derrumbe. Después, al abatimiento sucedió la cólera. Y acaso la cólera fue lo que me salvó. Ella me prestó energías para reaccionar y adoptar un partido extremo. Aquel mismo día escribí dos o tres cartas diciendo que me ausentaba de París.

Si lo encontraba, la escena tenía una variante, pues el mayordomo lo llevaba al cuarto de los ordenanzas, le daba una taza de café con galletita, que él tomaba en silencio, y muy despacio y luego se ausentaba con la misma prosopopeya, y la misma importancia y el mismo pasito cadencioso y rítmico con que había venido.

Después de esta vulgaridad, permaneció cortado, mirando con embarazo á Clementina, que estaba pálida, verdosa, sofocada, con los ojos dorados por la hiel. Por fin pudo recobrar la respiración y temblando de cólera, dijo: ¿Con que me ha engañado usted, diciéndome que se ausentaba? Yo le creía de viaje y está usted en París.... He vuelto antes de lo que pensaba, balbuceó Fortunato.

El visitaba á la duquesa porque esta señora le pedía que fuese á verla todos los días. Muchas veces había sospechado que su asiduidad pudiera resultar inoportuna; pero todos sus intentos de alejamiento eran inútiles. Apenas se ausentaba por unas horas, aquella buena dama le hacía buscar. Se mostraba bondadosa con él como una madre. De repente, se desvaneció su tono humilde.

Hablaba de él con orgullo, gozándose en el contraste entre su nacimiento y la profesión de su amante. De vez en cuando sufría arrebatos de veleidad y se ausentaba de la casucha del arrabal por algunos días.

La proposición de buscar una sirvienta para los más vulgares menesteres irritó á la alemana. ¡Nunca!... Tal vez sería una espía. Y la palabra «espía» tomaba en sus labios una expresión de inmenso desprecio. La doctora se ausentaba con viajes frecuentes, y era Karl, el empleado del escritorio, el que recibía á los visitantes.

A partir de aquel día la señora Princetot fue la amante del guarda general, y éste ya no se fastidió como antes en Val-Clavin. El señor Princetot se ausentaba con frecuencia para ir a hacer sus compras de vinos o para venderlos a sus clientes de la montaña, de lo que los amantes se aprovechaban.

Tónica, al entrar, no hacía caso de las palabras de los dependientes, e iba recta en busca de aquel barbudo tan tímido como ella, que muchas veces le enseñaba las muestras con manos temblorosas; y Juanito experimentaba un verdadero disgusto cuando se ausentaba de la tienda y al volver le decían que había estado «la beatita».

El «santo» veía el incesante trabajo de Feli; adivinaba, por sus ojeadas a la cocina, la penuria de los jóvenes; oía desde su cama los diálogos de la pareja discutiendo los apuros del día siguiente. Cuando Isidro se ausentaba, aproximábase él a Feli con cierta cortedad, dejando sobre el montón de corsés lo que encontraba en sus bolsillos.

El lugar elegido era siempre desierto, aunque poco lejano de su casa. Y no vaya usted a figurarse que aprovechaba para esas expediciones peligrosas las frecuentes ocasiones en que el conde De Nièvres se ausentaba. No; estando él en París, a riesgo de encontrarle, de perderse, acudía a la hora señalada y casi siempre tan dueña de misma, tan resuelta como si todo lo hubiese sacrificado.