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Quizá suponga que me ha ofendido cuando fué a casa y quiera desagraviarme. En el primer entreacto Aurelia recibió un hermoso ramo de camelias que le trajo una florista. De parte de aquella señora que está en el palco número once. La niña alzó los ojos y vió a Clementina que la miraba risueña. Los dos hermanos dieron las gracias con fuertes cabezadas. Aurelia se puso muy colorada.

En la Comedia Aurelia edifica un avaro una torre, con ayuda de un encantador, y encierra en ella todos sus tesoros. Una sortija es la llave del encanto, y si se rompe, desaparece al punto la torre. El viejo arroja media sortija á la mar, y después se arrepiente de su precipitación, pues ya anciano, tiene dos hijos, á los cuales, al morir, sólo puede dejar media sortija.

Aquí tienes a la señora de quien te he hablado, que tanto se parece a mamá. Aurelia la miró sin saber qué decir, sonriente y cada vez más ruborizada. ¿No se parece muchísimo? . Yo no lo encuentro ... respondió la joven después de vacilar. ¿Lo ve usted? exclamó la dama volviéndose a Raimundo con la sonrisa en los labios . No ha sido más que una fantasía, una alucinación.

Al llegar a la puerta de la escalera y al tirar del pasador, el joven vió asomar la cabecita curiosa de su hermana en el fondo del pasillo. Ven aquí, Aurelia le dijo. Pero la niña no hizo caso y se retiró velozmente. Aurelia, Aurelia. Bien a su pesar, ésta salió al pasillo y avanzó hacia ellos sonriente y roja como una cereza.

Cuando Aurelia estuvo en edad de hacerlo, también comenzó a ayudar a la madre en esta tarea de ahuyentar todo dolor, de arrancar las espinas, por pequeñas que fuesen, del camino del joven entomólogo. Desgraciadamente, mejor pudiéramos decir naturalmente, pues que la felicidad es imposible en este mundo, esta existencia dichosa tuvo pronto un término. Isabel cayó enferma con pulmonía.

Como en todos los hombres alejados del trato de mujeres, dedicados exclusivamente al estudio, la visión del sexo y el reconocimiento de la ley divina del amor fueron vivos e intensos. Al día siguiente de la visita de Clementina ya quería que Aurelia se la pagase, manifestando por supuesto tal deseo tímidamente y con palabras embozadas.

Traslucíase un poco de despecho debajo de estas palabras. La presencia de Aurelia hacía más falsa aún su situación. No importa repuso Raimundo . Yo veo claro el parecido, y basta. La puerta estaba ya abierta.

Tanto gusto ... dijo Clementina dirigiéndose a Aurelia sin extenderle la mano, inclinándose con una de esas reverencias frías, desdeñosas, con que las damas aristócratas establecen rápidamente la distancia que las separa del interlocutor. Aurelia murmuró algunas frases de ofrecimiento.

No quedó bien curada por haberla quizá descuidado o por no haberse atrevido el médico a aplicarle ciertos remedios un poco crueles. Quedóle un catarro pulmonar que la debilitó bastante. Por consejo del médico fué a Panticosa en compañía de Raimundo, quedando Aurelia en casa de unos parientes. Se repuso un poco, pero fué para recaer pocos días después de llegar a Madrid.

Tomó prestados sobre esta hipoteca: primero, cuatro mil doscientos dracmas; al año siguiente, mil quinientos más; otro año después, mil doscientos, y todavía otros mil quinientos dracmas, un año más tarde. El resultado natural fué que tuvo que vender la casa, poco tiempo después, á la señora Aurelia Serapias, hija de Trimoros, de quien yo sospecho que era un usurero terrible.