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Frescas por el corto descanso y mecidas por la dulce ilusión de alcanzar presto el pesebre, corrían las jacas sobre el campo con creciente brío sin ayuda de espuelas. Ellos, con el corazón henchido aún por la suavidad que aquellos instantes felices habían dejado en él, sonreían vagamente, aspiraban con deleite el aliento embalsamado del crepúsculo.

No obstante, aun quedan algunas épocas que quiero ir marcando debidamente: servirán más bien para mis hijos que para . Las últimas de ellas, las que pueden conducir a la felicidad celeste, no pueden descuidarse.

La Providencia no había andado en aquello muy lista que digamos, porque ellos no necesitaban de la lotería para nada, y aun parecía que les estorbaba un premio que, en buena lógica, debía de ser para los infelices que juegan por mejorar de fortuna. ¡Y había tantas personas aquel día dadas a Barrabás por no haber sacado ni un triste reintegro!

El hombre había sufrido una caída, derramando sangre, y a la vista de ésta, al oír las palabras del infeliz, menos sensatas aún que de ordinario, las risas crueles aumentaban: ella sola, como una hermana de caridad, había sabido atenderlo y curarlo.

Estos, ya lo sabemos, jamás saben expresar acabadamente lo que piensan, y todas sus creaciones, aun las más perfectas, son aspectos ó «aproximaciones» de un ideal estético, que el abismo infranqueable que divorcia al fondo de la forma, hace inaccesible.

La tierra fantástica de su Quijotania, que no es sino ésta que nosotras conocemos, fue siempre y sigue siendo aún, propicia a los tartufos que hasta se han puesto del lado del pueblo soberano...

Aun cuando supusiéramos que las sensaciones son un verdadero efecto de la actividad de los cuerpos, esta actividad no se halla representada en el efecto mismo.

Esta noche no ha dado más que cuatro melindres, cuatro porquerías... ¡qué vergüenza! Figúrate lo que saldrán diciendo los gorrones que no van a esas casas más que para que les den de cenar... En mi vida he visto mujer de más pecho. Habían dado las siete y aún no sabía como arreglar el buffet. Mandó a la confitería... es para morirse de risa... y no quisieron fiarle veinte libras de pastas.

Mi tía me maltrató mientras fui chica y yo tenía tal miedo de sus golpes que la obedecía sin discutir. Hasta el día en que cumplí diez y seis años me pegó aún, pero fue por última vez.

Estaba atento Sancho a las ceremonias de aquel lavatorio, y dijo entre : ¡Válame Dios! ¿Si será también usanza en esta tierra lavar las barbas a los escuderos como a los caballeros? Porque, en Dios y en mi ánima que lo he bien menester, y aun que si me las rapasen a navaja, lo tendría a más beneficio. ¿Qué decís entre vos, Sancho? -preguntó la duquesa.