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Así, cuando algunos días después del baile, Juan acompañó a los Aubry de Chanzelles a la estación, la joven no se sorprendió de encontrar un ramo de soberbias rosas, cuyos tallos desaparecían en un artístico vaso de cristal, en el vagón que el señor Aubry había encargado para el viaje, como tampoco se admiró de hallar helados de aromas variados, en las pequeñas cajas de metal blanco, que Boissier ha puesto a la moda en el teatro.

¡Vaya usted á preguntárselo! ¿La ha obligado á acompañarla? ¡Obligado! exclamó Bobart. ¿Cómo es eso posible? ¿Por qué no robado á la fuerza? ¡En medio de quinientas personas! ¡No, no! La señora de Aubry ha seguido á su tía de buen grado.... La señorita Guichard la ha ilustrado acerca del aspecto moral del acto que iba á cometer.

Desalentado nuevamente, pensó: ¿Para qué? María Teresa no me ama, y yo no puedo modificar su corazón. La última vez que había visto a la joven fue en la estación del ferrocarril de Saint-Lazare. Cinco semanas hacía que los Aubry habían partido para Etretat, por haber aconsejado el médico que el convaleciente tomase los aires del mar.

El señor Aubry, que lo apreciaba cada día más, concluyó por nombrarlo subdirector para procurarse algún descanso. El señor Aubry no tuvo que arrepentirse de su determinación; comprobó muy pronto que Juan poseía dotes naturales que no se adquieren fácilmente: cualidades de iniciativa y grandes condiciones de administrador.

Hace mucho tiempo que ha muerto también; era emplomador y se cayó de un techo cuando trabajaba. ¿No tienes parientes? No, nadie. Después que ha muerto tu mamá ¿en dónde vives? ¿quién te da de comer? La portera de la casa, porque me quiere mucho. Dijo ella a su hermano, que es carpintero, que me tomase de aprendiz, y ahora trabajo... El señor Aubry, pensativo, no lo escuchaba ya.

Te andaba buscando; la noche está magnífica; vamos a dar una vuelta por el jardín a la claridad de las estrellas. Como usted quiera, mi querido señor. Juan encendió un cigarro, y siguió al señor Aubry. A la verdad, en esta hermosa propiedad se goza de una calma y de un reposo deliciosos. ¡Cómo han crecido estos árboles después de la última vez que vine, hace tres años!

Que la casa Aubry acaba de ser gravemente perjudicada por un cierto banco Raynaud, y que le costará mucho reponerse del golpe, si se repone. ¡Ah! dijo Huberto visiblemente contrariado. Estos sucesos concuerdan de una manera singular con la enfermedad del señor Aubry. No estoy distante de creer que esta enfermedad es producida por la conmoción que ha recibido al conocer ese desastre financiero.

La fortuna del señor Chanzelles está colocada en negocios, y no puede dar a su hija más que sesenta mil pesos en dinero efectivo; pero le pasará una renta anual de tres mil pesos. Importa ahora saber si la casa Aubry es bastante sólida para garantir el pago regular y continuo de la renta prometida. El señor de Chanzelles me ha expresado también su deseo de que no permanezcas desocupado.

Se mira tal como era la tarde de invierno en que el azar lo puso ante el señor Aubry, en París, en el salón escolar del sexto distrito. Un extraño fenómeno de su memoria sobreexcitada le produce una reminiscencia exacta no sólo de los hechos sino también de su estado de alma de niño.

No te inquietes, querida mía y el señor Aubry para tranquilizar a su esposa trató de afirmar la voz: estoy mejor. Pero quisiera acostarme. Jaime, hazme el favor de telegrafiar a Juan que venga inmediatamente; lo necesito. Y como Jaime comprendiera que su padre estaba agitado por una preocupación grave, se apresuró a tranquilizarlo.