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En la oscuridad del cupé, María Teresa, temblorosa todavía, contó a su madre, excusándose, lo que había ocurrido. La señora Aubry comprendió el motivo que había impulsado a su hija a proceder con tanta precipitación. Lejos de hacerle ningún reproche, la estrechó con ternura, diciéndole: Supongo que no lamentas nada... No, mamá querida.

Huberto Martholl se había reunido a ellos, indudablemente. El casamiento no podía demorarse más, puesto que el señor Aubry estaba ya bueno y los asuntos arreglados... ¡Ah! ¡los terribles, los dolorosos celos atenazaban el corazón y el cerebro de Juan, cuando evocaba aquella hora tan próxima!

Lejos de decrecer, la enfermedad del señor Aubry tendía cada día a agravarse; sentía grandes dolores de cabeza; el menor ruido, repercutiendo en su cerebro adolorido, le causaba vivos sufrimientos, por lo cual se evitaba todo lo que pudiera turbar su descanso.

Puesto que lo quieres, amigo mío... dijo la señora Aubry. Voy a instalarme en su cuarto, y estoy cierto que dormirá, a pesar del resplandor de mi lámpara: mi presencia lo calma. Luego, dirigiéndose a María Teresa: Usted ve que puede ir sin temor: le ruego que así lo haga, a fin de probarme su confianza en . Y bien, anda a vestirte, hija mía aconsejó la señora Aubry.

El Club tiene demasiada mala influencia sobre los hombres para que yo me decida a tomar un marido que no tenga otro pasatiempo. La puerta acababa de abrirse; el señor Aubry entró. Al ver a su mujer y a su hija, una sonrisa iluminó su rostro. María Teresa se precipitó hacia él, y poniéndole su frente a besar: Buenas tardes, papá le dijo.

Nada más justo. Apenas había puesto el pie sobre la nube de este loco amor, cuando era violentamente precipitado de ella, y he recobrado después de cinco días, apenas, el valor necesario para trazar las circunstancias casi ridículas de mi caída. La señora de Laroque y su hija habían partido por la mañana para hacer una nueva visita á la señora de Saint-Cast y traer en seguida á la señora de Aubry.

Desde que Juan empezó a hablar de la casa Raynaud, el señor Aubry se había puesto inquieto. ¿Qué me dices? ¡Eso es inverosímil! ¿Estás cierto de tu información? Sería muy grave... ¡Bah! no puedo creer, debe ser algún falso rumor; hay gente que no retrocede ante nada para hacer la guerra de competencia; es una casa sólida la de Raynaud, ¡qué diablos!

No es nada, he estado un poco enfermo. ¿Y por qué no has venido a nuestro lado para hacerte cuidar? Es muy mal hecho. ¿No soy ya tu madre? Juan envió a la señora Aubry una sonrisa de ternura; luego, deseoso de que no se ocupasen más de él, dijo: Usted me manifestó que el señor Aubry había estado muy agitado. Después que hemos hablado juntos, creo que se ha calmado.

Juan, pálido hasta en los labios, había tratado de detener al señor Aubry; pero a medida que éste hablaba, se apoderó de él una emoción tan violenta que quedó mudo, escuchando, enloquecido, las palabras febriles del enfermo, y los sollozos ahogados de María Teresa.

Verdaderamente el señor Mauricio Aubry es un joven encantador y que parece animado de las mejores disposiciones. Amará á usted tanto más cuanto mayor sea la dicha que va á proporcionarle su deliciosa mujer ... y en vez de una sola afección, va usted á estar rodeada de una doble ternura por esa amable pareja que nunca la abandonará....