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Era una mujer de un gran atractivo; parecía una emperatriz romana. Después he visto la estatua de Agripina en el Museo del Capitolio, en Roma, y me acordé de ella. Por lo que yo pude comprender, sentía por su marido un desprecio inaudito. Se consideraba completamente emancipada.

Tales incidentes variaban un poco los iguales días de la doncellita leonesa, prestando atractivo al trato de su disimulado pretendiente.

Esto no le quita en nada su independencia, y le deja, en cambio, toda la libertad... ¡hasta la de aborrecerme! Las acciones nobles y generosas encierran un atractivo simpático, del cual no se libra nadie; cada uno de los circunstantes aplaudía a la vez; ambos adversarios se estrecharon las manos, y el conde de Fuentes salió, acto continuo, para ir a visitar a su generoso enemigo seguramente.

Al siguiente oirá terribles reconvenciones, hallará un ceño irritado, ó muy indiferente y frio, cuando no sollozos, lágrimas y quejas reprochándole ingratitud y mal proceder.... Creo francamente que las leyes de la pava restringen mucho la autonomía individual del andaluz, pero les encuentro su lado poético y atractivo.

Recibido por este oficial el mando del departamento, le halló disminuido de 50 hombres, que habian desertado en el tránsito de la provincia del Tucuman, seducidos por sus habitantes, que ponderaban los riesgos á que iban á exponerse, y las comodidades y libertad que ellos disfrutaban, ofreciéndoles casamientos y otras ventajas; cuyo dulce atractivo fué muy perjudicial á todas las tropas que se destinaron al Perú; pero se hallaba reemplazada aquellas falta con una compañia de las milicias de Salta, aunque muy inferior en la calidad, así por su poca disciplina y subordinacion, como por el ningun conocimiento que tenian en el manejo de las armas de fuego.

Poco a poco, sin gran calor, pero con perenne ternura, me saturé de aquellas reminiscencias, el solo atractivo casi vivo que de ella me quedaba, y aun no habían pasado quince días desde la partida de Magdalena cuando aquel recuerdo invasor no se apartaba de mi mente ni un instante. Una tarde subí al cuarto de Oliverio y, como siempre, pasé por delante del de Magdalena.

Y de esta suerte acaba por no quedar en el platillo de las pesas más que la de cuarterón, y a veces la de dos onzas. Para que no careciere la velada de ningún atractivo, hubo en ella también una banda de música militar, que se había conservado desde la época en que hubo milicianos nacionales, gracias a los desvelos y esfuerzos de don Andrés Rubio, que había sido comandante de la milicia.

Fue, pues, para la señora de Maurescamp una verdadera contrariedad que en su primera visita hallase en su casa tan poco atractivo, y sobre todo, que se encontrase con Monthélin instalado bajo un pie de intimidad casi comprometedor.

En esta música, así como en los bailes, hay una abundancia de inspiración, un atractivo tan poderoso, tal serie de sorpresas, quejas, estallidos de gozo, desfallecimientos, muestras de despego y atracción; una cierta cosa que se entiende y no se explica; y todo esto tan determinado, tan arreglado al compás, tan arrullado, si es lícito decirlo así, por la voz en el canto y por los movimientos en el baile; la exaltación y la languidez se suceden tan rápidamente, que suspenden, embriagan y cautivan al auditorio.

Yo, por ejemplo, he oído en boca de un señor muy rico todos los cuentecillos más groseros y sucios que refieren los gañanes de mi tierra, y que ya ni el atractivo de la novedad debieran tener para ni para nadie, y sin embargo, me he reído como un bobo, me han hecho mucha gracia, y los he encontrado llenos de aticismo en boca de dicho señor.