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, Carlos, si atiendo a tu mérito más que a tu sueño, debes, a despecho de los obstáculos, a pesar de tu nacimiento, hacer tu camino en el mundo, y llegar a los puestos más elevados. »Tanto mejor para ti dijo en tono de broma Carlos, dando en la espalda de Teobaldo con aire de protección. »¡Oh! ¡Yo prosiguió Teobaldo tengo el presentimiento de que seré siempre miserable!

En verdad, en verdad, señora mía, dijo Cervantes, que ni yo lo que me pasa, ni dónde estoy, ni a qué atiendo, ni qué deseo, ni de qué hilo he de valerme para salir del laberinto en que perdido me hallo.

Te dueles de las cosas del cuerpo; yo atiendo a las del alma. ¿Echa padre algunas pequeñeces de menos?; yo estoy abriendo a madre el reino de los cielos. ¿Temes que Leocadia peque de liviana?; cuando llegó su espíritu a mis manos, ya estaba sucio de pecado.

Si luego considero que todas las sensaciones tienen algo comun con todo lo que hay en , en cuanto me modifican de alguna manera, formaré la idea de una modificacion mía, prescindiendo de que sea sensacion, ó pensamiento, ó acto de voluntad; y si en fin, prescindiendo de que estas cosas se hallen en , de que sean substancias ó modificaciones, solo atiendo á que son algo, habré llegado á la idea del ser.

Atiende a lo que haces, y ya que te expones tanto prestando los dineros, que sea con algún fruto. Yo no me derrito, yo atiendo a lo que hago contestó don Ramón ; pero en vez de responder a las injurias con otras injurias quiero ser magnánimo y responder con favores y beneficios.

Ya atiendo, señora, ya atiendo. ¿Pues no me ve?... Hijo, gloria de tu madre, emperador del mundo... ¡Ay!, crea usted que si aquellos perros guindillas no me dejan venir a dar de mamar a mi hijo, no lo que me pasa... El mismo Samaniego fue quien me soltó, diciendo: «Que se vaya noramala». Pues , señora, estoy contenta.

Abstrayendo, prescindimos de lo particular y nos elevamos á lo comun. Si en el oro hago abstraccion de las propiedades que le constituyen oro, y atiendo únicamente á las que posee como metal, me quedo con una idea mucho mas lata, la de metal, que conviene no solo al oro, sino tambien á todos los demás metales.

Estos dos hombres silenciosos, que avanzaban como dos sombras, eran los hermanos Juan y Simon Maillard. Estéban, ¿qué se hace por aquí á estas horas? Juan, ¿qué importa á nadie lo que yo hago? Atiendo á mi oficio de Preboste de la ciudad. ¡Voto á brios! exclamó Juan Maillard, que era su compadre; el diablo cargue conmigo, si estais aquí para nada que huela á bueno.