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Mientras la madre atesoraba, don Gabriel educaba al sobrino a su imagen y semejanza, llevándolo consigo a ferias, cazatas, francachelas rústicas, y acaso distracciones menos inocentes, y enseñándole, como decían allí, a cazar la perdiz blanca; y el chico adoraba en aquel tío jovial, vigoroso y resuelto, diestro en los ejercicios corporales, groseramente chistoso, como todos los de la Lage, en las sobremesas: especie de señor feudal acatado en el país, que enseñaba prácticamente al heredero de los Ulloas el desprecio de la humanidad y el abuso de la fuerza.

Y entonces recordó que su madre era quien le empujaba a todos aquellos actos de avaricia que ahora le sacaban los colores al rostro. «Era su madre la que atesoraba; por ella, a quien lo debía todo, había él llegado a manosear y mascar el lodo de aquella sordidez poco escrupulosa.

Para doña Inés, este mundo en que vivimos era un valle de lágrimas y un transitorio lugar de prueba, indispensable camino para otra vida mejor. La presente, pues, aunque fuese muy mala, no era nunca mala, ya que en ella, si se padecía con resignación, mientras más se padeciese, mejor y más abundante cosecha se recogía y se atesoraba de frutos que no se corrompen y de riquezas que nadie roba.

Rafaela, distando mucho de ser merengue de fresa, sin tener nada de empalagoso sino de brioso, atesoraba en el centro de su corazón un inexhausto manantial de cariño. No por reflexión ni por estudiadas teorías, sino por ciego e indomable instinto, era la mujer filántropa.

Ni le detuvo el peligro, Ni el triste llanto materno, Ni del amor las dulzuras, Ni del dolor los lamentos: Solo escuchó al patriotismo Que atesoraba en su pecho.

En su trato y relaciones, así con la gente seglar y profana como con la mayoría de sus hermanos los religiosos, el Padre Ambrosio de Utrera, si bien mostraba, sin vanidosa ostentación y cuando convenía, la ciencia teológica que con sus estudios había adquirido y que atesoraba su inteligencia, todavía guardaba, en lo más hondo y arcano de su mente, cierta filosofía oculta que la prudencia, y tal vez compromisos y deberes de secta, le prescribían no revelar por completo a nadie.

Como el escudero mantenía trato frecuente con algunos clérigos de las parroquias, oía relatar o discutir, a menudo, en los corrillos de sacristía, las tradiciones añejas de la ciudad, y, de esta suerte, su retentiva atesoraba admirables historias, que habían de servirle después para embelesar a las criadas o hacerse agasajar de barato en tabernas y pastelerías.

Gozaba con saber tan solamente: era un placer desinteresado, intenso, como el de los hombres de ciencia que no miran el resultado que sus conocimientos les puede dar. Como el avaro amontona en su caja monedas de oro sin pensar en utilizarlas jamás, así D.ª Rita atesoraba en su cerebro cuantas noticias privadas podía recoger en sus peregrinaciones por la villa, sin molestar a nadie con ellas.

Ya fuese empleando un método ingenioso y secreto o caminando por ignorados atajos, ya fuese por preciosa capacidad nativa, ello es que Tiburcio a los dos o tres días de oír hablar cualquier idioma, se penetraba de su organismo, se enseñoreaba de sus formas y leyes gramaticales, atesoraba en su feliz memoria cuanto había de esencial y de radical en su léxico, y se soltaba a hablarle correcta y lindamente y con muy buena pronunciación, como si no hubiera hecho otra cosa en toda su vida.

En fin, no podía menos de ver con singular contento cuán nobles cualidades atesoraba aquel corazón de valor inestimable, que no podía apreciar su propio poseedor.