United States or Guam ? Vote for the TOP Country of the Week !


Completaban su tocado el lindo adorno que ella inventó y al que dio su nombre de guerra, llamándole La Caramba, y una mantilla blanca de preciosa y ligera blonda de Almagro. De repente se obscureció el cielo; se levantó terrible tempestad; el aire silbaba y formaba remolinos; deslumbraban los relámpagos, y los truenos espantosos ensordecían y aterraban.

La impiedad y los vicios del héroe aterraban a la familia y escandalizaban a la isla. Tres moras jóvenes y una judía de gran belleza le acompañaban como sirvientes en las habitaciones de toda un ala del caserón de los Febrer, que era mucho más grande en aquella época. Además conservaba varios esclavos, turcos unos, tártaros otros, que temblaban al verle.

Este desapego de la carne, este odio de la bestia nunca lo había sentido el joven sacerdote. En vano se lo había querido inculcar su director espiritual, en vano había trabajado toda su vida por adquirirlo. Todo fue inútil. Las penitencias corporales le dolían, le aterraban de tal modo que apenas comenzadas tenía que suspenderlas.

Era un héroe, un ídolo y volvía de pronto á ser un trabajador.... Menos aún, pues no encontraría un puesto en las minas. Si volvía allá serían capaces de matarlo: le aterraban como un remordimiento las grandes cantidades que había hecho perder á los señores. Me iré gemía. ¡Cómo se burlarán ahora de !... Me embarcaré en el primer barco que salga para América.

Estas severas y razonables expresiones por una parte la conmovían, por otra la aterraban. Volver al rancio sistema de un trapito atrás y otro delante, y a las infinitas metamorfosis del vestido melocotón, érale ya imposible; engañar a aquel infeliz dábale mucha pena. En esta perplejidad entregábase al acaso, a la Providencia, diciendo: «Dios me ayudará.

Además, la aterraban demasiado: no pocas veces le habían quitado el sueño, y hasta en algunas ocasiones pidió a Genoveva que se acostase a su lado porque se moría de miedo. Después de haber agotado la librería de don Serapio, pidió a una de las señoritas de Delgado que le abriese la suya, que tenía fama de hallarse ricamente abastecida.

Lo más curioso era que aquella gran cofradía creía, o estaba empeñada en hacer creer, que era el partido quien concebía los profundos programas electorales, y la verdad era que el gran partido solía convertirse en un ser tan pasivo como los ídolos asirios, que aterraban o entusiasmaban a las muchedumbres según el humor del gran sacerdote que gobernaba los resortes ocultos de la deidad.