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Hablar a su marido con franqueza y confesarle su fragilidad habría sido quizás lo mejor; pero también era lo más difícil. ¡Bueno se pondría!... Sería cosa de alquilar balcones para oírle. ¡Desde que Bringas se enterase de sus enredos, vendría un período de represión fuerte que aterraba más a Rosalía que los apuros que pasaba!

Una frase que no había recordado nunca cruzó ahora su pensamiento: «El caballero debe ser bueno y no abusar nunca de su fuerzaEstaba seguro de que su padre le había dicho esto siendo él niño... Pero á continuación, la dualidad que existía en su interior se expresó por medio de otra voz más fuerte é imperiosa, una voz femenina igual á aquella otra que le aconsejaba en su juventud: «Gasta, no te prives de nada, colócate sobre todos; piensa siempre que eres un Lubimoff.» Y vió á la difunta princesa, no de María Estuardo, con su luto teatral, sino dominadora y todavía bella, lo mismo que cuando aterraba con sus cóleras á su esposo «el héroe» y ponía en revolución el palacio de París.

Al pasar por San Pascual santiguóse Currita muy de prisa, y Jacobo, oprimiéndola el brazo cariñosamente, dijo en son de burla: ¡Tonta!... Llegaban al ministerio de la Guerra, y allí Currita se tranquilizó más todavía, porque comenzaba a poblarse aquella soledad que la aterraba.

Al protegido del Padre Paulí le aterraba la idea de tener un hijo, ahora que su matrimonio estaba concertado con la primera fortuna de Bilbao, y á viva fuerza había provocado el aborto. La enfermedad de la esclava y las murmuraciones de la vecindad, habían hecho intervenir en el asunto al juzgado. ¡Un escándalo, pero nada más!

Con Julio, este muchacho que ella había tratado apenas, no hubiese empleado nunca sus fáciles y comunes recursos de seducción y le aterraba la sola idea de que él pudiera interpretar como coquetería alguna actitud suya. Al caer la tarde, un break las llevó a la estación del pueblecito cercano a la estancia. Las primas se despidieron. Adriana, distraída, se dejó besar en las mejillas.

El primer guardia que intentó trepar, cayó rodando herido por una bala en el hombro. El enemigo invisible tenía la ventaja de la posicion; los valientes guardias que no sabían huir, estaban á punto de cejar, pues se detenían y no querían avanzar. Aquella lucha contra lo invisible les aterraba.

Le aterraba, sin embargo, discernir aquí y allí una especie de reflejo del mal que había existido en ella misma.

A ratos llegaba a perder la conciencia de la increíble verdad: ante el espectáculo que tantas veces había admirado junto con ella, le parecía tenerla aún a su lado; pero después, tornando la mirada ansiosa, la soledad lo aterraba, el horror pesaba más y más sobre él. Y andaba, andaba, sin saber adonde, ansioso de respirar: la inmovilidad lo habría ahogado.

Enfermo y sin un oficio para ganarse la vida, imposibilitado de pedir trabajo en las imprentas, porque su nombre tenía cierta aureola que aterraba a los patronos, Gabriel cayó en la miseria, sin que le bastasen los auxilios con que le socorrían los compañeros. Fue de un extremo a otro de la Península, mendigando entre los suyos y ocultándose de la policía. Su ánimo decayó.

Preguntó con timidez el precio y no se atrevió a regatearla. La enormidad del coste la aterraba casi tanto como la seducía lo espléndido de la pieza, en la cual el terciopelo, el paño y la brillante cordonería se combinaban peregrinamente.