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Después de haber recomendado a Hans y al chino que no abandonaran el bosquecillo y vigilasen atentamente, se puso en marcha hacia el Sur, siguiendo las huellas del babirussa y teniendo la precaución de señalar los árboles a su derecha, dando en ellos hachazos, a fin de guiarse al regreso. Se internó mucho en la selva; pero ya iba al acaso, pues había perdido las huellas del animal.

Su amigo, más admirado que ofendido, le miró alejarse y rehusar al salir, con un gesto violento, la contraseña que un empleado intentó entregarle. Encogiéndose de hombros, Castilla entró en la sala. Pasó junto al palco de la niña del traje verde, caminando lentamente; luego de pasar se volvió hacia ella y la miró atentamente, con una imperceptible sonrisa.

Julia, distraída yo no en qué confusa aspiración, parecía observar atentamente la partida del barco que maniobraba para hacer rumbo. Traté de cerrar los ojos, no quería mirar más, hice sinceros esfuerzos por olvidar. Me fui a sentarme a proa, sin sombra, apoyada la cabeza en el bauprés que abrasaba.

Tras una rápida ojeada a la incómoda persona, reanudó la lectura. La dama se sentó a su lado, y al hacerlo miró atentamente a Nébel. Este, aunque sentía de vez en cuando la mirada extranjera posada sobre él, prosiguió su lectura; pero al fin se cansó y levantó el rostro extrañado. Ya me parecía que era usted exclamó la dama aunque dudaba aún... No me recuerda, ¿no es cierto?

Le quedaba una esperanza: que se hubiera deslizado a través de la cerca para ir a las praderas, donde tenía la costumbre de llevarla a dar una vuelta. Pero la hierba estaba alta y no había medio de descubrir si Eppie estaba allí, sino buscándola atentamente, lo que hubiera sido un delito en el plantío del señor Osgood.

Resultó ser un diez de oros, y con el fin de que los lectores puedan darse una idea clara de cómo estaban arregladas las letras, reproduzco una copia de ella enfrente. ¡Qué extraño! exclamó Mabel, tomando la carta y examinándola atentamente. Debe ser algún enigma cifrado, igual al otro que encontré dentro de un sobre sellado en la caja de hierro.

Las enseñanzas de la historia son letra muerta para muchos murmuró la abuela... Es curioso añadió, el ver cuántas personas inteligentes hay entre nosotros a quienes la historia no ha enseñado nada. ¡Aprender!... Esa es toda la filosofía de la vida, abuela querida... Pides demasiado. La abuela, sorprendida, me miró atentamente.

Entonces te sobrepondrás fácilmente a la situación desairada en que te ves, y elevándote tendrás una hermosura que no admirarán quizás los ojos, pero que a ti misma te servirá de recreo y orgullo. Estas sensatas palabras o no fueron entendidas o no fueron aceptadas por la Nela, que, ocultándose otra vez junto a Golfín, le miraba atentamente.

Abandonando mi escala, pues era evidente que ya no la necesitaba, nade hacia el puente, escalé la mitad del muro y allí me detuve, espada en mano, escuchando atentamente. La ventana del Duque estaba cerrada, y la habitación, al parecer en profunda obscuridad. En la de Antonieta había luz. Nada interrumpió el silencio de la noche, hasta que dio la una y media en el gran reloj de la torre.

Enrique y Miguel se miraron consternados; mas sacando fuerzas de flaqueza, se acercaron a Vicente, el primero de los hijos varones del Sr. de Rivera, y se pusieron a examinar atentamente la cadena de reloj que recientemente le había comprado su papá. Tenía Vicente tres años más que Carlos; esto es, trece; pero semejaba tener diez y seis por la estatura, y treinta por su extraordinaria gravedad.