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Haya impugnaciones en buen hora; pero abunden las doctrinas positivas: en la extensa línea en que desplega el error sus ataques, no basta cubrir la frontera con cuerpos ligeros y briosos que rechacen al enemigo; es preciso fundar colonias, focos de civilizacion y cultura, que al propio tiempo que defiendan al país, le hagan prosperar y florecer.

Los españoles de Buenos Aires van cada año á estas lagunas con su guardia de soldados para defenderse, y su ganado, de los ataques de los indios, y cargar 200 ó 300 carros de sal. La distancia entre Buenos Aires y estas lagunas es de 150 leguas.

Reinaba allí la más amplia libertad de pensamiento; y el médico, que era el constante impugnador del P. Enrique, decía cuanto se le antojaba; pero como todo corazón generoso lleva ingénitamente en su centro la buena crianza, aunque no se la hayan dado, D. Anselmo, ni aun en la fuga del más ardiente disputar, ni en la mayor violencia de sus ataques, se olvidaba de velar y de mitigar su rudeza con la dulzura de la forma.

Las comedias de este poeta fueron muy famosas en la época, en que españoles patriotas, amantes de su teatro nacional, acometieron su defensa contra los ataques de los galicistas, y que, para no herir demasiado á sus adversarios, eligieron aquellas obras dramáticas menos opuestas á los preceptos de Boileau, cifrando en ellas sus alabanzas.

En ninguna parte se encuentra un soldado; los agentes de policía en corto número, tolerantes y humildes, en contraste con los de otras naciones, apénas se dejan ver, absteniéndose muy bien de prácticar esa serie de ataques á la libertad individual que parece constituir su principal instituto en ciertos paises.

El joven doctor mostrábase impaciente. ¿Creía él que no tenía otras cosas en qué ocuparse?... ¡Figúrate, con seis mil reales por todo sueldo!... Tengo que visitar mucho y a gentes que pagan mal. Además, esa muchacha no es de mi clínica... La vi anteayer. Me pareció que estaba bien; pero si los ataques de eclampsia se repiten, puede morir en uno de ellos.

Cuerpo que el hidalgo tomaba en sus manos casi nunca volvía a los estantes. ¿Para qué? ¡Le quedaban tan pocos años de vida! Los ataques de gota se repetían, cada vez más próximos, y un mal oculto y febril le iba desecando el húmedo radical y rebutiendo los hipocondrios.

Repetidos ataques de este género tuvo el P. Enrique, siempre en la soledad de su estancia. El Padre tenía algunos conocimientos médicos, y él mismo se curaba con auxilio de su criado. Ya se hacía poner sinapismos, ya dar fuertes fricciones, ya se aplicaba a la nariz cierta hierba, por cuya virtud provocaba una ligera emisión de sangre, ya se cubría la cabeza con un lienzo mojado en agua fría.

No hablaba mucho y siempre hacíalo con lentitud. Complacíase a veces en usar expresiones enérgicas que producían un efecto muy singular dada la calma con que eran pronunciadas. No tenía más de sesenta años; sin embargo, como era víctima de frecuentes ataques de gota, su ánimo estaba algo quebrado a causa del sufrimiento físico.

Llevado a Constantinopla, y puesto al remo de una galera que cargaba materiales para el Palacio del Sultán, fue uno de los que mataron a los guardas a pedradas, huyendo a Sicilia con el bajel. El hábito del acecho continuo y de los ataques súbitos como picotazos, había dejado un gesto de resolución instantánea en sus ojos enérgicos.