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En no pocas ocasiones, el P. Enrique había lucido, en sentir de sus oyentes, una elocuencia conmovedora; pero jamás produjo tan honda impresión en los ánimos como la noche del Domingo de Resurrección. Incitado D. Anselmo, después de otros menos importantes ataques, llegó a decir lo que sigue: Todo es hablar de caridad y devoción, pero, bien mirado, no se ve en vosotros sino egoísmo.

La señora le explicaba al anciano médico el carácter y temperamento de cada una de sus hijas; la conversación era larga. En el espacio de nueve horas le dieron cuatro ataques intensos a la enferma, que la dejaron a tal punto postrada, que el médico temió seriamente un mal resultado. No obstante, después del cuarto, quedó relativamente bien, y pasó el día bastante tranquila.

Pero Cueva, que en su Ejemplar poético fué el primer escritor crítico que defendió el naciente teatro español de los ataques de los clasicistas, no era un poeta de genio: sus obras son superiores como idea a como realización, y con sus limitadas fuerzas creadoras nunca habría llegado a imponer sus doctrinas estéticas.

Pero qué, ¿tan mala está? exclamó el infeliz don Mariano con voz ronca y ya temblorosa. No está muy mal dijo una señora oficiosa , pero no conviene que ustedes entren así de golpe, porque una emoción fuerte le puede hacer daño. Ha tenido algunos ataques desde ayer noche y se encuentra bastante débil. Déjenme ustedes que la prepare.

Acompañada del inspector y algunos guardias recorría incesantemente los parajes más apartados en pos de cualquiera vaga noticia, cruzando, como una Dolorosa, las calles en busca de su hijo. Mientras tanto, D.ª Carolina y Presentación experimentaban fuertes ataques de nervios. El mismo Mario se veía necesitado a apelar a los antiespasmódicos para no ser presa de ellos. Amaneció por fin el martes.

Al cabo de veinticuatro horas manifestó que su estado era grave, aunque no desesperado. Julita había padecido varios ataques nerviosos en el trascurso de aquel día: la vista de su hermano moribundo le había causado profunda y terrible impresión: no hubo fuerza humana capaz de hacerle tragar alimento ni medicina alguna.

A la media hora la pobre niña descansaba tranquila, y su mamá se fue a dormir al sofá del gabinete, porque la cama despedía fuego. Antes quiso dar parte a su marido de la desazón de la niña. ¿Lo de siempre? preguntó él desde el embozo de la única sábana con que se cubría. , lo de siempre, pesadilla, convulsiones; ha sido de los ataques más fuertes. Por fin se ha tranquilizado. ¡Pobre ángel!

Sólo así y no por violencia, miedo o tutela constante, tendrá verdadero mérito que resplandezcan en ellas la entereza y la persistencia con que mantienen su inmaculada virtud, defendiéndola de todos los ataques y asechanzas de los galanes seductores.

Mi pobre madre padeció siendo muy joven, allá en su castillote de Bretaña, ataques de nervios, melancolías y trastornos que nunca ha logrado curar del todo, si bien se aliviaron algo después de mi nacimiento. Ella soltó parte del mal, y yo le recogí; ¡qué mucho que en ocasiones obre y hable, no como hombre, sino como niño o mujer!

Ester se había amaestrado por largo tiempo en el arte de sufrir en silencio: jamás respondía á estos ataques, sino con el rubor que irresistiblemente enrojecía su pálida mejilla y después desaparecía en las profundidades de su alma.