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Al principio sólo notó que su mujer se hacía más comunicativa, cariñosa a todas horas, como antes lo era después de los ataques nerviosos y en ausencias o enfermedades. «¿Quería discutir por pasar el rato? Enhorabuena; él amaba la discusión». Y sostenía la tesis contraria para mantener animado el debate. ¿ nunca has leído vida de santos, verdad? , hija, , y autos sacramentales....

Festejáronla, persiguiéronla, y aunque al principio resistió a los ataques, cuando éstos vinieron en forma positiva, se dejó vencer. Fué, durante algún tiempo, la querida del marqués de Dávalos, un joven viudo con cuatro hijos, que gastó con ella sumas cuantiosas que no le pertenecían.

Aquella muchacha de tantas perfecciones, no quería casarse más que con un caballero llegado a la fortuna y... a la edad de los ataques reumáticos. Evidentemente, no era yo su ideal. »Mi tía se quedó consternada. »Para consolarme de aquel fracaso, quiso probarme que no todas las jóvenes pensaban del mismo modo, y yo la creí de buen grado.

=Dósis.= Se usa al interior la primera, segunda ó tercera trituracion del cobre ó de sus sales á la dósis de 1 á 4 decígramos en veinticuatro horas y por fracciones frecuentemente repetidas, en casos en que la actividad de la reaccion ha sufrido graves ataques como en el cólera; pero es mas comun y mas útil el uso de dósis mas débiles, de la sesta ó duodécima atenuacion.

, más que a un padre. ¿Qué mejor prueba quieres que todo lo pasado? ¿Por qué se hizo mística?... Y la pobre... también tuvo que sufrir ataques... creo yo, de otro lado... de... pero en fin, de esto no hablemos. ¿Por qué luchó, como luchó sin duda? Porque te quería... porque te quiere... te quiere mucho....

Mi padre que no era mejor tratado que yo, soportaba estos ataques con una paciencia que me parecía meritoria de su parte; pero tomó la costumbre de vivir más que nunca fuera de casa, sintiendo según me decía, la necesidad de distraerse, de aturdirse sin cesar.

El padre indignado, mientras vivió, de la ingratitud del hijo, no quería oír su nombre; pero el ciego le guardaba todavía mucho cariño; no podía menos de recordar que aquel hermano, mayor que él, había sido su sostén en la niñez, el defensor de su debilidad contra los ataques de los demás chicos, y que siempre le hablaba con dulzura.

El cañoneo de París y los ataques de los gothas mantenían en Monte-Carlo á muchas damas elegantes que en otro tiempo hubiesen considerado perdido su honor al permanecer en esta ribera calurosa pasado el invierno. Faltaban sillas; gran parte del público estaba sentado en las balaustradas y las escalinatas.

A los primeros meses de su llegada, todo era hablar de la Corte, de sus buenos amigos, de ministro Tal, ex-ministro Cual, disputado C, escritor B; no había suceso político, escándalo cortesano del que no estuviese enterado en sus mínimos detalles, ni hombre público de cuya vida privada no conociese los secretos, ni podía suceder nada que no hubiese previsto ni dictarse una reforma sobre la que no le hubiesen pedido anticipadamente su parecer y todo esto sazonado de ataques á los conservadores, con verdadera indignacion, de apologías del partido liberal, de un cuentecillo aquí, una frase allá de un grande hombre, intercalando como quien no quiere ofrecimientos y empleos que rehusó por no deber nada á los conservadores.

Y el Tato acababa sus confidencias con suposiciones obscenas. Esta murmuración contra el cardenal, que subía desde la sacristía hasta el claustro, irritaba al hermano de Gabriel. El Vara de palo, soldado raso de la Iglesia, no podía escuchar con calma los ataques a sus superiores. Para él todo eran calumnias.