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Revolvió Teresa todo su cuarto, buscando en el fondo de las arcas, rasgando lienzos, desliando vendas, mientras la muchacha lavaba y volvía á lavar los labios de aquella hendidura sangrienta que partía como un sablazo el carnoso hombro. Las dos mujeres atajaron como pudieron la hemorragia, vendaron la herida, y Batiste respiró con satisfacción, como si ya estuviese curado.

Pero si lo eres, ¿por qué has de negar la prosapia? Ni en el reino de Galicia ni en el principado de las Asturias hay un gallego más gallego que ... ¡Tío, cállese usté, que le falto al respeto! Frasquito estaba encendido y colérico que daba miedo á todos menos á su tío. Los circunstantes, temiendo algún paso desagradable, atajaron la disputa rogando al señor Rafael que no le exasperase.

Puede ser que en esto Montaner ande algo apasionado, atribuyendo toda la culpa á los Emperadores; pero lo que yo tengo por cierto, que el pueblo irritado ejecutó esta maldad y ellos no la atajaron. En Constantinopla se levantó el pueblo, y acometió los cuarteles á do estaban los Catalanes, y como si fueran á caza de fieras les iban degollando y matando por la Ciudad.

Pasados algunos años, y gobernando un ministerio progresista, sus compañeros y subordinados le prepararon la terrible asechanza cuyo funesto desenlace atajaron las declaraciones de don José. El expediente o causa formado contra él no dio más resultado que su destitución; pero este hecho, que pasó inadvertido para el resto de la nación, fue en la localidad suceso importantísimo.

Guardiana, hablando de su sordo-muda, partía el corazón; ella primero consentía morir, que privar a la niña de su cascarillita con azúcar y de su pan fresco de trigo; si era preciso, pediría una limosna: no sería la primera vez; y al oír esto todas sus amigas la atajaron: ¡pedir limosna!, ¡qué humillación para la Fábrica!

Entonces, aquel río de furias desgreñadas, aquellas turbas harapientas, atajaron el paso al coche, y sobre las magníficas faldas de las damas, pálidas de sorpresa y medio muertas de miedo, comenzó a caer en lluvia pastosa y sucia el barro arañado de entre los adoquines o cogido en las socavas de los árboles; y empezaron a silbar por el aire trozos de cascote, escuchándose los rugidos de las amotinadas, que vociferaban: ¡Mueran los ricos!