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No conozco a nadie, no tengo protección; usted es el hombre más extraordinario que he conocido, y está oculto en una mazmorra por su voluntad, refugiado en un templo completamente vacío para su conciencia.... No me asusta la miseria; cuando se ha sido representante de Dios con seis reales diarios, se puede mirar el hambre cara a cara.

Como mi padre ha vivido fuera de la realidad, se conduce siempre con desparpajo que asusta y admira; así es que, al poco rato de conversación con la duquesa, y como quiera que se hallaba bastante agitado, comenzó a dispararle versos amatorios, un tanto velados todavía, más por artificio que por timidez, declarando que no en balde la señora se llamaba doña Beatriz y que él, como el Dante, subía del infierno de Compostela al paraíso de su presencia y protección.

Pero, no importa; la pasión me asusta, me aterra; pero, con todo, no hubiera querido morirme sin sentir esto, suceda después lo que quiera. ¡Ay, Serafina de mi alma, quiérame usted por Dios, porque estoy muy solo y muy despreciado en el mundo y me muero por usted...! Y no pudo continuar porque las lágrimas y los sollozos le ahogaban.

Yo me encargo de mandarlo a su tribu de un puntapié dijo el viejo marino . No me asusta el chuzo que lleva en la mano, capitán Stael. Veamos antes, señor salvaje dijo el Capitán, avanzando hacia él , qué es lo que pretendes. El australiano, que se mantenía inmóvil empuñando su chuzo, al ver al Capitán acercarse, se golpeó con la mano izquierda el vientre, que resonó como un tambor.

Absorto, mudo, con la boca abierta, estaba Mutileder, cuando la dama se levantó y mostró de pié su gallarda estatura, esbelta y cimbreante como las palmas de Tadmor; y vino a él, y tomándole la mano, en la que él sintió como una conmoción eléctrica, le llevó a y le dijo: Siéntate. ¿Qué te asusta? Y Mutileder se sentó, al lado de la dama, en un taburete bajito.

El uno precede siempre al otro en la decrepitud. ¡Te aseguro que mi oficio no tiene nada de alegre...! Desde hace poco comprendo que en el mundo no hay mas que un solo bien: la juventud. ¡Tengo solamente veintitrés años, y ya me asusta el año próximo! BEAUVALLON. ¡Qué ganas de bromear! ¡Con tu hermosura tan fresca...!

Un poco de silencio, un poco de reposo; que no se hable de ella, que los periódicos no repitan su nombre más, que cuando vaya por la calle nadie vuelva la cabeza para mirarla: la exclamación admirativa: «Ahí va la Duse...» que antes llenaba sus oídos de orgullo, ogaño la asusta y la hiere, y es para su pobre alma desilusionada, un azote.

Ella seguía con su padre, siendo la señorita que vive entre hombres, de hotel en hotel, algo masculina en sus ademanes; la virgen á medias, que lo sabe todo, no se asusta de nada, guarda ferozmente la integridad de su sexo, calculando lo que puede valer, y adora la riqueza como la divinidad más poderosa de la tierra.

Lee todavía con delirio a los escritores ardientes, y en las novelas simpatiza sin vacilar con las heroínas culpables; pero generalmente rehuye la sola suposición de una relación ilícita en la vida misma. Para esta resignada y piadosa criatura, el pecado es un fantasma sombrío que la asusta. Es preciso que concurran circunstancias singularmente favorables para que de pronto lo arrostre.

Eso no; eso sería ridículo, y nada hay más contrario a la alteza y sonoridad de ciertas familias que verlas representadas en la corte por una damisela encogida, vergonzosa, que se asusta de la gente y no sabe decir más que <i>buenas tardes</i> y <i>buenas noches</i>. Pues maldita la gracia que me hace dijo D. Diego con desabrimiento ver a mi novia muy amartelada con lord Gray en este salón.