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Si leo algun escrito que nombra á Buenos Aires Sus páginas exalan magnético perfume, Y todas las palabras mi mente las asume Como el rocío puro que cae sobre la flor; Y entonces se presentan á mi memoria triste Tus torres, tus jardines, tus calles animadas, Tu cielo hermoso y puro, tus brisas perfumadas, Tu rio, tu horizonte, tu hermoso bicolor.

El problema de la España europea, ¿no podría resolverse examinando minuciosamente la España americana, como por la educación y hábitos de los hijos se rastrean las ideas y la moralidad de los padres? ¡Qué! ¿No significa nada para la historia ni la filosofía esta eterna lucha de los pueblos hispanoamericanos, esa falta supina de capacidad política e industrial que los tiene inquietos y revolviéndose sin norte fijo, sin objeto preciso, sin que sepan por qué no pueden conseguir un día de reposo, ni qué mano enemiga los echa y empuja en el torbellino fatal que los arrastra mal de su grado y sin que les sea dado sustraerse a su maléfica influencia? ¿No valía la pena de saber por qué en el Paraguay, tierra desmontada por la mano sabia de jesuitismo, un sabio educado en las aulas de la antigua Universidad de Córdoba, abre una nueva página de la historia de las aberraciones del espíritu humano, encierra a un pueblo en sus límites de bosques primitivos, y borrando las sendas que conducen a esta China recóndita, se oculta y esconde durante treinta años su presa en las profundidades del continente americano, y sin dejarle lanzar un solo grito, hasta que muerto él mismo por la edad y la quieta fatiga de estar inmóvil pisando un pueblo sumiso, éste puede al fin, con voz extenuada y apenas inteligible, decir a los que vagan por sus inmediaciones: ¡vivo aún!, ¡pero cuánto he sufrido!, ¡quantum mutatus ob illo! ¡Qué transformación ha sufrido el Paraguay; qué cardenales y llagas ha dejado el yugo sobre su cuello que no oponía resistencia! ¿No merece estudio el espectáculo de la República Argentina que, después de veinte años de convulsión interna, de ensayos de organización de todo género, produce al fin del fondo de sus entrañas, de lo íntimo de su corazón, al mismo doctor Francia en la persona de Rosas, pero más grande, más desenvuelto y más hostil, si se puede, a las ideas, costumbres y civilización de los pueblos europeos? ¿No se descubre en él el mismo rencor contra el elemento extranjero, la misma idea de la autoridad del Gobierno, la misma insolencia para desafiar la reprobación del mundo, con más su originalidad salvaje, su carácter fríamente feroz y su voluntad incontrastable, hasta el sacrificio de la patria, como Sagunto y Numancia; hasta adjurar el porvenir y el rango de nación culta, como la España de Felipe II y de Torquemada? ¿Es éste un capricho accidental, una desviación momentánea causada por la aparición en la escena de un genio poderoso, bien así como los planetas se salen de su órbita regular, atraídos por la aproximación de algún otro, pero sin sustraerse del todo a la atracción de su centro de rotación, que luego asume la preponderancia y les hace entrar en la carrera ordinaria?

Como el viagero en agua trasparente; Pichon que bajo el ala adormecido Desafias las lluvias en tu nido; Hija mia, entre sueños virginales, Envuelta por los brazos maternales, Y en esa fuente del materno seno Bebe un raudal que de virtudes lleno En cada gota verterá en tu mente De nobles pensamientos la simiente, Que dormirán hasta que en torvo ceño El tiempo venga á perturbar el sueño; Y puros sentimientos, ángel mio, Que jerminando cual la flor de estio, Derramarán en tu alma ese perfume Que la virtud de la niñez asume; Y beberás un bálsamo del cielo Para espresar dolores en el suelo, Para exhalar mil gotas cristalinas Como su aroma blancas clavelinas: Porque el llanto es la flor que brota hermosa En el alma sensible y candorosa, Y el rostro donde nunca ha resbalado Es arenal que el cielo no ha regado.

Como los nombres son los mismos, originarios unos de otros, la gloria de misia Melchora asume cierto carácter de guerra civil, familiar y casi doméstica, en la cual los manes heterogéneos libran gran trifulca e histórica zarabanda.

A medida que el utilitarismo genial de aquella civilización asume así caracteres más definidos, más francos, más estrechos, aumentan, con la embriaguez de la prosperidad material, las impaciencias de sus hijos por propagarla y atribuirle la predestinación de un magisterio romano. Hoy, ellos aspiran manifiestamente al primado de la cultura universal, a la dirección de las ideas, y se consideran a mismos los forjadores de un tipo de civilización que prevalecerá. Aquel discurso semi-irónico que Laboulaye pone en boca de un escolar de su París americanizado para significar la preponderancia que concedieron siempre en el propósito educativo a cuanto favorezca el orgullo del sentimiento nacional, tendría toda la seriedad de la creencia más sincera en labios de cualquier americano viril de nuestros días. En el fondo de su declarado espíritu de rivalidad hacia Europa hay un menosprecio que es ingenuo, y hay la profunda convicción de que ellos están destinados a obscurecer en breve plazo su superioridad espiritual y su gloria, cumpliéndose una vez más en las evoluciones de la civilización humana la dura ley de los misterios antiguos en que el iniciado daba muerte al iniciador. Inútil sería tender a convencerles de que, aunque la contribución que han llevado a los progresos de la libertad y de la utilidad haya sido, indudablemente, cuantiosa, y aunque debiera atribuírsele en justicia la significación de una obra universal, de una obra humana, ella es insuficiente para hacer transmudarse, en dirección al nuevo Capitolio, el eje del mundo. Inútil sería tender a convencerles de que la obra realizada por la perseverante genialidad del arya europeo desde que, hace tres mil años, las orillas del Mediterráneo, civilizador y glorioso, se ciñeron jubilosamente la guirnalda de las ciudades helénicas; la obra que aún continúa realizándose y de cuyas tradiciones y enseñanzas vivimos, es una suma con la cual no puede formar ecuación la fórmula Wáshington más