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Yo no aspiro á otra gloria en mi arte que á la de llamarme humilde discípulo de esta obra inmortal. Quizá parezca ridícula esta aspiración á la crítica moderna ó la juzgue como una extravagancia.

Pronto a reconocer mis errores, no aspiro a más satisfacción que la de traer a la memoria una de nuestras glorias más grandes en estos días tristes, cuando todas parecen muertas. Madrid, 1899. Fotog. ANTIGUA CULTURA Y DECADENCIA ESPA

Al despuntar la aurora del siguiente día Sola se levantó, y abriendo de par en par la ventana de su cuarto, que daba al campo, y a cuyo alféizar subían las ramas más altas de los almendros, aspiró el aire balsámico de la mañana y miró los senderos, el suelo, la torre de la catedral insigne, que a lo lejos y en medio del verdor oscuro del paisaje lucía como un ciprés de piedra, dejó correr luego sus miradas por el suelo adelante hasta el horizonte, término de amarillentas lomas y de azulados pedregales; fue con su espíritu más allá del horizonte mismo; volvió con tristeza.

¡, señor, padre rector, comulgaré con mi hijo!... Mi santa madre lo decía: conviene tener con Dios ciertas atenciones. ¿Usted me entiende?... Y además, esas escenas de familia me conmueven; yo aspiro a una familia patriarcal... Mi madre era una santa; mi mujer es un ángel que se mira en mis ojos y no tiene voluntad propia: Currita, esto; Curra, lo otro, eso hace. ¿Usted me entiende, padre rector?...

Así debían ser las grandes alegrías de los esquimales, encogidos en su vivienda apestosa durante el invierno, mientras afuera sopla el huracán y cae la nieve. Aspiró el humo de su cigarro, llamó a un camarero para que se llevase el servicio de , que le molestaba con sus incesantes tintineos, y buscó en los papeles el pliego interrumpido. ¿Qué estaba yo escribiendo?...

Aspiró á convertirse en el amigo fiel á cuyo corazón se confiara todo el temor, el remordimiento, la agonía, el arrepentimiento inútil, la repetida invasión de ideas pecaminosas que en vano había querido rechazar.

Lo llevó á los labios con trasporte y lo tuvo largo espacio sobre ellos. La carta despedía un perfume suave y delicado. El joven lo aspiró con delicia cerrando los ojos. Tornó á guardar la carta y siguió andando á la ventura. Empezó á soñar despierto. Ofrecióle su imaginación inmediatamente un cuadro risueño y venturoso. La condesa le amaba.

Aspiró a sustituir a ésta en la gracia del elocuente y donoso sacerdote, y casi lo tenía conseguido. Desgraciadamente, se interpuso en su camino D.ª Filomena, la viuda que ya conocemos, quien con más modestia y reserva admiraba a su director espiritual y le prodigaba en silencio y en la sombra mil atenciones delicadas, que concluyeron por hacer mella en su corazón.

En la tierra que había entre ellas, ardiente y feraz, crecían innumerables especies de flores silvestres de formas caprichosas, de aroma penetrante. Reynoso arrancó a puñados el tomillo, lo aspiró con voluptuosidad y se lo guardó en los bolsillos. Rico olor el de la mejorana, ¿verdad, mi señor? dijo una voz a su espalda. No es mejorana, Leandro, es salsero. ¿No ves sus florecitas? Verdad es.

Acontecióle entonces lo que nos acontece cuando despertamos de una molesta pesadilla: su corazón se espació y aspiró con placer el aire frío que, zumbando en las cornisas, penetraba en remolino hasta el fondo del patio.