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También hablaba de familiares de la Inquisición, recordando a los curas gordos y morenos que salían de la iglesia, en busca del casero chocolate, luego de decir su misa. Se lamentaba un joven belga, al que muchos llamaban «barón», de las calles en cuesta y de los coches. ¡Ni un solo automóvil!... Las mujeres, asomadas a las ventanas como odaliscas.

¿Y qué más? ¡Nada más que pueda decirse con palabras!..... ¡Cuando Romeo y Julieta confunden pensamientos y suspiros, y se miran y callan, y tornan luego á su incoherente diálogo, y se repiten lo que ya saben, y se lo vuelven á decir, interrumpiendo el raciocinio con el requiebro, y pasando bruscamente de la pena á la alegría, de la queja al entusiasmo, de la confianza á la duda, de la gratitud á los celos, del «¡Cuánto me quieresal «¡Ya no me quieres!» y del «Te quiero, pero no quiero», al «¿Me querrás siempre como ahora?»; cuando sus labios balbucean este monótono, eterno poema del amor, mientras que sus almas están asomadas á sus ojos, mirándose tan intensamente como se miran la mar y el cielo, y confundiéndose como se confunden el silencio y la soledad que los aislan, hay que llamarse Shakespeare para ser taquígrafo de semejante escena!

Sentían cierto orgullo al estar próximas a una de aquellas señoritas que sólo habían visto de lejos, asomadas a los balconajes del castillo central.

Era un pintoresco batiburrillo en el que se veían melones del tamaño de calabazas, limones gruesos como melones, ciruelas como limones y uvas como ciruelas. Quizá también el joven doctor miraba con cierta complacencia a las lindas griegas asomadas a los balcones y rodeadas de flores.

Dos de ellas estaban a la puerta en camisa, las otras dos asomadas a las ventanas en el mismo traje. Las de la puerta quisieron retirarse a la vista del alcalde, pero éste las agarró con sus manazas. ¿Qué escándalo es éste,...ajo? repitió. Señor alcalde, nos han dado dos piezas falsas... dijo una de ellas. No estáis vosotras malas piezas... ¡A la cárcel! ¡Pero, señor alcalde!

Ya oscilaba la férrea culebra cuando él penetró en el departamento, cerrando la portezuela tras de . El compasado balance fue acelerándose, y el tren completo cruzó ante las gentes de la despedida, dejándoles en los ojos confusos torbellino de líneas, de colores, de números, la visión rápida de las cabezas asomadas a todas las ventanillas.

Con las manos estremecidas sobre las telas, estuvo un momento dudando si podría tragar su despecho. Tenía asomadas a los labios desdeñosos unas agrias frases de reproche y ofensa, y, con ellas extendidas por toda su cara descompuesta, salió de la estancia dando un tremendo portazo que alzó en todas las habitaciones un eco penetrante.

Cansado de la charla de las mujeres asomadas a las puertas de las Claverías, subía a la habitación del campanero, su antiguo camarada de armas, o descendía al jardín por la monumental escalera de Tenorio cuando estaba abierta o por el arco del Arzobispo atravesando la calle. Gustábale pasar una hora entre los árboles.

Ojeda, durante la larga ceremonia, había mirado muchas veces a los balconajes del castillo central, esperando ver a Maud entre las señoras asomadas a ellos. Pero la norteamericana permanecía invisible.

Ferragut también quería morir en Nápoles... ¡pero con ella!... Y su imaginación pronta y exuberante describió las delicias de una vida á dos, de amor y de misterio, en cualquiera de las pequeñas «villas» con jardín asomadas sobre el mar en la ladera de Possilipo. Los bailarines habían pasado á una terraza interior, donde era más grande la concurrencia.