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Os suplico, bella duquesa la dijo asiéndola una mano y besándosela, como hubiera podido hacerlo un caballero particular que seáis mi amiga. ¿Vuestra majestad desea ver á la reina? dijo toda azorada doña Juana. Deseo más. ¿Y qué más desea vuestra majestad? Deseo... que... que esto se quede entre nosotros. Yo jamás faltaré á lo que debo á mi lealtad, señor.

Y subió de dos en dos los peldaños de una escalera, atravesó algunas habitaciones, y entró en la que Dorotea se encontraba todavía inmóvil y dominada por su mudo dolor. Ven conmigo la dijo el bufón asiéndola de una mano. ¡Ah! ¿sois vos? Ven conmigo... yo te salvaré... yo te consolaré... pero ven, ven... no perdamos un momento.

¡Miserable loco! exclamó, sin soltar á la doncella, que se debatía inútilmente. ¿Osas darme órdenes? ¡Sigue tu camino, aléjate á toda prisa, si no quieres que te arroje de aquí á puntapiés! ¡Largo, te digo! Esta buena moza ha venido á visitarme y no quiero que me deje tan pronto. ¿No es así? dijo soltando el talle de la joven y asiéndola por una muñeca.

Até mi caballo en el centro de espeso grupo de árboles, dejando mi revólver en la pistolera porque me hubiera sido inútil, y escala en mano me dirigí a la orilla del foso, donde até sólidamente la cuerda a un árbol cercano y asiéndola me deslicé en el agua. El reloj de la torre dio la una cuando empecé a nadar lo más cerca posible al muro del castillo y empujando ante la escala.

¡Ah! algo acerca de la historia del Hombre Negro, respondió asiéndola del vestido y mirándola con expresión entre seria y maliciosa.

Cuando regresaba al castillo de Valency, la vi que se dirigía lentamente hacia el vestíbulo, por el lado de la escalera que conduce a su habitación. Corrí hacia ella y, asiéndola bruscamente de un brazo, la arrastré, sin decirle ni una palabra, hasta el salón donde aún estaban todos reunidos.

Llegaron, pues, a ella, y, asiéndola por la mano el cura, prosiguió diciendo: -Lo que vuestro traje, señora, nos niega, vuestros cabellos nos descubren: señales claras que no deben de ser de poco momento las causas que han disfrazado vuestra belleza en hábito tan indigno, y traídola a tanta soledad como es ésta, en la cual ha sido ventura el hallaros, si no para dar remedio a vuestros males, a lo menos para darles consejo, pues ningún mal puede fatigar tanto, ni llegar tan al estremo de serlo, mientras no acaba la vida, que rehúya de no escuchar siquiera el consejo que con buena intención se le da al que lo padece.

Los alguaciles, los tenientes y otros religiosos le mostraron todos a un tiempo la pila de leña preparada para el suplicio. Ella volvió a menear del mismo modo la cabeza. Entonces, el dominico, asiéndola de los hombros, la empujó hacia el verdugo.

Con asombro había visto todo lo que había sucedido desde que en el bodegón entró la hermosa indiana, la no menos hermosa Margarita, y con un mayor asombro oyó aquellas palabras; y como con la cólera se le hubiese descompuesto el manto a doña Guiomar, y dejádola al descubierto la incomparable cabeza con aquella su dorada corona de riquísimos cabellos, al ver tanta beldad, y el rubor que por hallarse allí, y hasta tal punto haber llegado, la encendía el purísimo semblante, aficionose a ella, y túvola por buena, y a más por gran señora, que no mostraba menos por su continente y su atavío doña Guiomar, y levantándose a ella fuese, y asiéndola una mano, con voz desfallecida por la enfermedad y por el sentimiento, la dijo: Amparada he sido, y tan generosa y noblemente como pudiera serlo, por este caballero con el cual me habéis hallado; y pues también le conocéis, señora, como se muestra por lo que con él hablado habéis, sin duda habéis también conocido cuánta debe haber sido y ser la desventura en que me ha encontrado; y porque acepto el amparo que me ofrecéis y porque sepáis mis desdichas, a vos me acojo y a vuestra casa os sigo.

Pero qué, ¿no está? ¡Virgen Santa! Caballero... dígame usted... permitame.... Y olvidando que el tren andaba, iba a abrir la portezuela rápidamente, cuando el empleado la detuvo asiéndola del brazo con vigor. Eh, señora dijo en voz ruda , ¡pues no ve usted que se mata! No se puede salir ahora. ¿Está usted loca? Y acabemos, que yo necesito el billete.